martes, 23 de julio de 2013

La fe en la política

Cogito ergo sum (@jdsolorzano)-. Quien no tenga temor de Dios no podrá servirlo ni a Él y al pueblo, por ende, los políticos que se llaman así mismos ateos, no aman a la gente, sino que la utilizan para sus fines más mezquinos.

Amar a Dios, es hacerlo con el prójimo, defender al pueblo es honrar a la vida.

La política la debe mover la fe, el compromiso, el servicio y el sentimiento de amor y respeto que debe inspirar las almas de aquellos que están destinados a dar su vida por los demás y a derramar todas sus fuerzas en procura de los demás.

El Dr. Rafael Caldera llegó a decir esta frase: “la democracia cristiana es llevar el Evangelio Jesús a la vida  política”, lo que es definitivamente cierto; los demócratas cristianos, los socialcristianos, los partidos populares, y demás expresiones como los nacionalistas creen en la fuerza de la fe para trabajar por la población.

La fe le da al alma la firmeza necesaria para alcanzar los objetivos, para no desviarnos, para no traicionar los sueños propios y colectivos; la confianza en el Señor, el respeto a su voluntad, la certeza que Él lo sabe todo, lo puede todo, lo controla todo, nos da la determinación necesaria para vencer las piedras que nos encontremos en el camino.

El papa Pío XII sentenció que “después del sacerdocio, la política es la forma más excelsa  de apostolado” , quienes se dedican al mundo de la política sólo para satisfacer su ego, para acumular fortuna, para engañar  y humillar, entonces le dan la espalda a verdad, la moral y la fe.

El apostolado político no es otra cosa que mantenerse firme al lado de los pobres,  al lado de la justicia, de estar al frente de la línea de combate y darlo todo para que la verdad se imponga sobre las tinieblas de la mentira y el desdén.

San Josemaría Escribá de Balaguer aseveró un día que “el ya voy es el camino donde transita el nunca”, es decir, que aquel que desee servir a Dios, al pueblo, a la sinceridad y a lo correcto, jamás debe dejarse dominar por la “flojera”, el desdén o la indiferencia, de lo contrario sería como el hipócrita que reza alabándose a sí mismo y no a Dios.

En cada rincón de nuestra amada Venezuela, en cada municipio de Anzoátegui, en los sectores que conforman la ciudad de Puerto La Cruz, al ver al pueblo con problemas y con necesidades, debemos vernos a nosotros mismos, porque al decir que ellos son nuestros prójimos afirmamos que ellos son parte de nosotros y nosotros de ellos, y su sufrimiento es compartido.

En mi vida he sentido un arduo amor por la justicia y el deber ser; defiendo en la medida de mis fuerzas, y de aquellas que me otorgan la fe, al pueblo por eso siempre me he opuesto a aquellos sistemas que rechazan a Dios, lo borran de un plumazo y con Él eliminan administrativamente la compasión del cristiano y el amor del creyente.

Quien no ama no puede defender lo querido. Quien no ama no cree en el Señor, quien no ama no podrá ser un buen ciudadano, por ende, no podrá servir a los otros. Quien no tenga amor en su pecho no comprenderá el sentimiento de saber que se contribuyó a que otros mejoren, sin la necesidad que te den las gracias, porque de ello se encargará Aquél que todo lo ve.

Uno de los hijos del expresidente sostuvo que “Rafael Caldera amó a Dios y amó a Venezuela”, así debemos ser nosotros eternos enamorados del Creador y de los pobres de esta tierra, del pueblo.


Quien le da la espalda a los necesitados, quien no tenga caridad en su corazón, jamás podrá ser un político de verdad, será un mercenario, pero nunca un guerrero del apostolado del bien. 

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