miércoles, 22 de marzo de 2017

Vidas vacías

Cogito ergo sum (Puerto La Cruz)-.  3:40 am. Como estaba previsto la alarma del teléfono empezó a sonar, con ese timbre desproporcionado en relación al tamaño del aparato que lo genera.

De un salto, arrebatándose de encima las sábanas, se puso de pie. Aún soñoliento tanteó por la mesa de noche en búsqueda del generador de tan espantoso ruido.

Y lo encontró. Con los párpados  aún pegados entre sí detuvo el espeluznante resonar de la alarma y haciendo un esfuerzo sobrehumano, en medio de las penumbras del cuarto, verificó si su esposa aún dormía.

Pero, ella como siempre ya estaba erguida tratando de alisar a duras penas los vestigios de la cama deshecha.

Mientras él se cepillaba, afeitaba y alistaba para ir a trabajar, ella fue a verificar que su niña aún dominaba, el sueño de los inocentes,  en su cuna prestada.

Luego de vestido, el hombre pasó por la cocina, donde su esposa había podido hacerle una arepa con mantequilla, porque el poco queso que le quedaba lo iban a dejar para que desayunarán sus otros hijos que seguían en sus respectivas camas.

El hombre dándole un beso a su esposa, de esos que saben a rutina y que están huérfanos de la pasión de años idos. Tomó una mochila y fue rumbo al trabajo.

4:40am. Ya en la parada, con un cielo aún ennegrecido, esperaba el autobús. Sus brazos cruzados, como abrazándose a sí mismo, intentaban en vano protegerle de aquel hilo de brisa gélida, que en ocasiones sopla en aquellas horas de madrugada.

Se montó en el transporte público, que a esas horas aún lucía vacío y con la orfandad típica de esos instantes del día.

Ya a las 5:40am, luego de tomar dos colectivos llegó a su puesto de trabajo.

Buscó el café y la cafetera para prepararse aquella infusión que atrae a tantos, enamora a otros, y que vitaliza a más de uno, pero el envase estaba vacío.

Se frotó la cara como dándose fuerzas, y tal vez para terminar de despertarse. Debido a la falta de café tuvo que precipitarse al cuarto de baño a ahogarse en un chorro de agua para tratar de espantar el sueño que aún se resistía a abandonar su cuerpo y darle espacio a sus ánimos perdidos desde el día anterior.

La faena transcurrió como siempre. Y a la hora del mediodía, tuvo que contentarse con dos o tres vasos de agua, eso sí bien fría, para engañar al estómago que exigía su ración de alimentos de entre 12 y 1 de la tarde.

Pasaron y pasaron los segundos, los minutos y las horas. Y el reloj volvió a sonar: La jornada había concluido.

Y otra vez para la casa; luego de emprender la guerra diaria en el transporte público, esa que inicia a las 5pm y termina como a las 6pm, llegó a su hogar.

En silencio, cabizbajo, abrió las puertas de su nevera.

La luz del refrigerador iluminó la nada. Sólo una jarra de agua fría le picaba un ojo, pero el gruñir de sus entrañas se intensificaba a cada instante.

Volteó y vio a su mujer. Ésta le dijo: “lo que había se lo di a los niños”.

Él sonrió, la miró fijamente y mintió: “no te preocupes mi amor, ya había comido algo antes de venir

Y así transcurren los días en una Venezuela vacía por culpa de aquellos que desangraron a nuestra amada nación.


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