Por José Dionisio Solórzano
Cogito ergo sum-. El venezolano lleva 20 años adaptándose a los
diferentes cambios sociales que ha presentado el país; la Venezuela de este
2019 no es para nada igual a la de 1999. Todo, socialmente, ha cambiado.
Vivimos en una economía volátil
que ha despertado diversas actitudes en el venezolano, tanto buenas como malas.
Así como la crisis ha permitido que la creatividad positiva se dispare, y los
emprendedores apuesten a sus propias capacidades productivas, paralelamente un
lado oscuro de especulación, robo y desenfreno económico ha crecido y se ha
extendido.
Psicológicamente pasamos de ser
una nación sin grandes preocupaciones a una sociedad sumergida en un mar de
angustias sociales, políticas y económicas.
El venezolano vive con ansiedad,
e inclusive suele deprimirse, ante dificultades tales como la escasez de
alimentos, ausencia de medicinas y los enormes niveles de inflación en el país.
La división social y política de las familias, aunado ahora a la emigración de
millones de venezolanos, ha fracturado
el núcleo familiar trayendo consigo dimensiones distintas del valor de las
familias.
Desde hace muchos años empezamos
a ver como hermanos se enemistaban simplemente por no coincidir en los gustos
políticos. Un hermano oficialista le
dejaba de hablar a su hermano opositor y a la inversa, esto significó una
transformación de la concepción familiar.
Ahora, el distanciamiento en los
hogares no sólo se expresa en la
divergencia en el pensamiento político, sino que se mide en kilómetros, debido
a la decisión de decenas de miles de ciudadanos de irse del país en busca de
mejores horizontes.
Cuando se acercan los días
decembrinos, la nostalgia de tiempos mejores, en unión con la familia y seres
queridos, posee una repercusión inmediata en la psiquis de nuestros ciudadanos.
El venezolano ha tenido que
aprender a adaptarse y amoldarse a los cambios sociales y económicos; ha tenido
que actuar, en temas como el sustento diario, empujado por el complejo
reptialiano de su cerebro, si es que me permiten aplicar este símil de términos
psicológicos, mientras la necesidad de mejorar y sostenerse económicamente ha
generado que su neocorteza cerebral se dirija a aprender oficios y actividades
anteriormente impensables.
Siempre he sido un crítico del
término “Zona de Confort”, prefiero el empleo del concepto “Zona de conformidad”;
ahora bien, los venezolanos han salido de su estado de conformidad social para
reinventarse en diversas áreas, debido a esto vemos a muchísimas personas
capacitándose en áreas como la panadería, corte y costura, peluquería,
carpintería, mecánica, y oficios más tecnológicos como el de Community
Managers, ¿la razón? Conocer nuevas formas de sobrevivir tanto en Venezuela
como fuera de la nación.
Sin embargo, existen otras
personas que prefieren ahondar en su zona de conformidad y no aprender nada nuevo, no emprender proyecto
alguno y se quedan estancados sobreviviendo con la ayuda económica del Estado u
optando por el robo del que sí trabaja para ganarse lo que tiene.
Sí, Venezuela ha cambiado. Sí, el
venezolano ha cambiado. Psicológicamente tenemos ciudadanos más fuertes, con una
visión más amplia y certera del entorno, mientras que otros han involucionado
alarmante.
¡Para mí, el guarapo dulce, el
café amargo y el chocolate espeso!