Por José Dionisio Solórzano
Cogito ergo sum-. “Trágala perro, trágala gato”… así correaba el
populacho limeño cuando vieron apearse del vehículo, empujado por caballos, al
ilustre General venezolano José Laurencio Silva, quien acompañaba al Libertador Simón Bolívar y al ya Mariscal Antonio
José de Sucre, a una celebración en tierras peruanas.
“Trágala perro, trágala gato”…
repetían sin cesar los hijos del Perú cuando observaban aquel soldado de piel
mulata y ceño fruncido. “Trágala perro, trágala gato… todos los colombianos son
mulatos”, voceaban a garganta desprendida, con aquel tono insultante, xenófobo
y racista.
“Trágala perro, trágala gato”,
así los limeños recibían a uno de los artífices de las, para entonces, más
recientes gestas libertarias; “trágala perro, trágala gato, todos los
colombianos son mulatos”, decían porque para aquellos días ya la Gran Colombia
estaba conformada y para limeños los venezolanos, neogranadinos y quiteños,
eran simplemente “colombianos”.
Con hidalguía, José Laurencio
Silva se puso de pie, y antes que el Libertador o el Mariscal Sucre
intervinieran, quienes habían quedado estupefactos por aquella demostración de
desprecio contra uno de los más valientes guerreros de la gesta libertadora,
elevó su voz por encima de la muchedumbre y dijo: “Trágala perro, trágala gato,
no serían libres sin los mulatos”… “trágala perro, trágala gato, no serían
libres sin los mulatos” volvió a decir aún más fuerte, con la inspiración de la
indignación y la moral intacta.
Y, no se crea que esta expresión de odio era
solamente de exclusividad del pueblo llano, ¡Para nada! En una ocasión, en uno
de los bailes que la aristocracia limeña organizaba, el mismísimo Simón Bolívar
se sorprendió cuando observó al José Laurencio Silva en una esquina, marginado
y apartado, del resto de los invitados, mientras todos los demás danzaban por
un antañón salón.
El Libertador comprendió que las
damas racistas del Perú no querían bailar con un general de tez algo más oscura
que las demás; frente a ello, el Padre de la Patria, con acción irreverente, se
dirigió hasta su compañero de armas y le extendió la mano… Y, ante la mirada
atónita de los invitados, los dos
generales bailaron.
Los peruanos, quienes primero
fueron auxiliados militarmente por el ejército del sur comandando por el
General argentino José de Sanmartín, y posteriormente libertados por la espada
y el ingenio de Simón Bolívar, nunca nos perdonaron haber logrado lo que ellos
nunca pudieron.
Pareciera que ellos nunca nos
perdonaron el hecho que los peruanos que llegaron a Venezuela en la décadas del
60, 70, 80 e incluso en los 90 del siglo pasado, fueron tratados bien, con las
puertas abiertas y la sonrisa en los labios. Nunca nos perdonaron las
oportunidades que obtuvieron en esta tierra que los recibió como hermanos.
Hoy, frente a la nueva ola de
xenofobia y racismo de los peruanos contra los venezolanos, y parafraseando
aquel coro colonial, les digo: “trágala perro, trágala gato… peruanos váyanse
para el carajo”.
¡Para mí, el guarapo dulce, el
café amargo y el chocolate espeso!
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