martes, 13 de mayo de 2014

“Aló papá, estoy preso”

Cogito ergo sum-.  Aquella mañana brillaba con intensidad el sol, él paseaba entre las carpas llena de los estudiantes que se mantenían en resistencia en contra de un régimen que consideran nefasto para el presente, y sobre todo, para el futuro de Venezuela.

Un soplo de brisa casi gélida lo incitaba a tomar café de esos que llevan los trabajadores matutinos que se despiertan oscuritos y llenan sus termos para salir con el alba a vender vasitos de infusión para la vida y el despertar.

Él seguía conversando con sus compañeros, ideando como resistir en contra de un sistema que día a día ha prostituido la decencia, envilecido el servicio público y raptado la honradez entre los venezolanos.

Es un estudiante como dice la UCV que “vencen las sombras”, es él uno de tanto jóvenes que han dado un paso al frente para combatir a aquello que otros obstinadamente pretenden defender con acciones u omisiones.

¿Por qué está allí? Tal vez se preguntará más de uno.

A él no le hace falta nada, su padre le da lo que pida; pronto será un profesional y podrá crecer en este mundo dominado por la sobrevivencia del más apto, tal y como ocurre en el reino animal.

¡Sí! Todo es verdad; aunque es notorio que al alumno de la vida, como tantos muchachos lo mueve un increíble amor por Venezuela, los motiva la rebeldía normal de los tiempos mozos y la energía para luchar en contra de lo que consideran un régimen inmoral.

Latía en su pecho el miedo ante la peligrosidad de las arremetidas del régimen, y a su vez sentía en su corazón las ansias de proseguir en la calle hasta lograr el objetivo, el rescate de Venezuela y la construcción activa de una república verdaderamente incluyente y participativa.

Como a otros jóvenes de Venezuela tomó la decisión de salir de su aula de clases, tomó la determinación de mostrar la indignación que fluye por las venas de su cuerpo, quiso demostrar evidentemente su rechazo al Gobierno que ha encarcelado, torturado y hasta asesinado a decenas de estudiantes que aún se mantienen en pie de lucha.

La refriega no se hizo esperar, desde algún salón del poder gubernamental se ordenó reprimir nuevamente a la muchachada rebelde que se encuentra en las calles; ¿quién de tantos daría las instrucciones? Más temprano que tarde podremos conocer los pormenores de la lucha de quienes están detrás de los ataques en contra de nuestros hijos, nietos, hermanos, sobrinos y amigos.

Miró hacia el horizonte, ya la luminiscencia tomaba más fuerza, por encima del calor de las llamas, observaba la mirada de odio de un funcionario de las fuerzas de represión que parecía sediento de sangre y violencia.

No se acobardó. Sus principios eran más fuertes que una fumigación de gases lacrimógenos, era más firme que un policía cargado de resentimiento, él estaba del lado correcto de la historia.

Mientras algunos daban discursos a través de los medios de comunicación, mientras otros libaban un escocés a las rocas  flanqueado por un retrato de Hugo Chávez y otro de un Bolívar africanizado, la juventud se defendía como leones.  

En medio de aquel escenario dantesco, donde los aires de Caracas se cargaban del humo de la represión y de la resistencia combatiendo entre los vientos capitalinos, los agentes gubernamentales trajeados con sus equipos anti-motín tomaron al muchacho y atándole sus manos con esposas lo llevaron detenido.

A duras penas el joven logró llamar, antes de ser incomunicado por el Gobierno, y entre una voz que demostraba valentía y temor fundió palabras en una frase: “Aló papá, estoy preso”.

(Dedicado a los aguerridos jóvenes de Venezuela, especialmente al buen amigo Gerardo Resplandor)


Twitter: @jdsolorzano   

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