Cogito ergo sum-. Aquella
mañana brillaba con intensidad el sol, él paseaba entre las carpas llena de los
estudiantes que se mantenían en resistencia en contra de un régimen que
consideran nefasto para el presente, y sobre todo, para el futuro de Venezuela.
Un soplo de brisa casi gélida lo incitaba
a tomar café de esos que llevan los trabajadores matutinos que se despiertan oscuritos
y llenan sus termos para salir con el alba a vender vasitos de infusión para la
vida y el despertar.
Él seguía conversando con sus
compañeros, ideando como resistir en contra de un sistema que día a día ha
prostituido la decencia, envilecido el servicio público y raptado la honradez
entre los venezolanos.
Es un estudiante como dice la UCV
que “vencen las sombras”, es él uno
de tanto jóvenes que han dado un paso al frente para combatir a aquello que
otros obstinadamente pretenden defender con acciones u omisiones.
¿Por qué está allí? Tal vez se
preguntará más de uno.
A él no le hace falta nada, su
padre le da lo que pida; pronto será un profesional y podrá crecer en este
mundo dominado por la sobrevivencia del más apto, tal y como ocurre en el reino
animal.
¡Sí! Todo es verdad; aunque es
notorio que al alumno de la vida, como tantos muchachos lo mueve un increíble
amor por Venezuela, los motiva la rebeldía normal de los tiempos mozos y la
energía para luchar en contra de lo que consideran un régimen inmoral.
Latía en su pecho el miedo ante
la peligrosidad de las arremetidas del régimen, y a su vez sentía en su corazón
las ansias de proseguir en la calle hasta lograr el objetivo, el rescate de
Venezuela y la construcción activa de una república verdaderamente incluyente y
participativa.
Como a otros jóvenes de Venezuela
tomó la decisión de salir de su aula de clases, tomó la determinación de
mostrar la indignación que fluye por las venas de su cuerpo, quiso demostrar
evidentemente su rechazo al Gobierno que ha encarcelado, torturado y hasta
asesinado a decenas de estudiantes que aún se mantienen en pie de lucha.
La refriega no se hizo esperar,
desde algún salón del poder gubernamental se ordenó reprimir nuevamente a la
muchachada rebelde que se encuentra en las calles; ¿quién de tantos daría las
instrucciones? Más temprano que tarde podremos conocer los pormenores de la
lucha de quienes están detrás de los ataques en contra de nuestros hijos,
nietos, hermanos, sobrinos y amigos.
Miró hacia el horizonte, ya la luminiscencia
tomaba más fuerza, por encima del calor de las llamas, observaba la mirada de
odio de un funcionario de las fuerzas de represión que parecía sediento de
sangre y violencia.
No se acobardó. Sus principios
eran más fuertes que una fumigación de gases lacrimógenos, era más firme que un
policía cargado de resentimiento, él estaba del lado correcto de la historia.
Mientras algunos daban discursos
a través de los medios de comunicación, mientras otros libaban un escocés a las
rocas flanqueado por un retrato de Hugo
Chávez y otro de un Bolívar africanizado, la juventud se defendía como leones.
En medio de aquel escenario
dantesco, donde los aires de Caracas se cargaban del humo de la represión y de
la resistencia combatiendo entre los vientos capitalinos, los agentes
gubernamentales trajeados con sus equipos anti-motín tomaron al muchacho y atándole
sus manos con esposas lo llevaron detenido.
A duras penas el joven logró
llamar, antes de ser incomunicado por el Gobierno, y entre una voz que demostraba
valentía y temor fundió palabras en una frase: “Aló papá, estoy preso”.
(Dedicado a los aguerridos
jóvenes de Venezuela, especialmente al buen amigo Gerardo Resplandor)
Twitter: @jdsolorzano
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