lunes, 9 de noviembre de 2020

Guaidó y Trump

Por José Dionisio Solórzano 



Cogito ergo sum-. En diplomacia es entendible que un presidente de un país no interceda en la materialización de las elecciones de otra nación, y más cuando se trata de Estados Unidos y que el proceso electoral está cada vez más turbio y enredado por las denuncias de fraude y resultados extremadamente estrechos.

Ahora bien, esta premisa lógica no aplica en el caso de Venezuela y puntualmente en el de Juan Guaidó, pues él debió restearse con su mejor aliado en el plano internacional, y no lo hizo.

El llamado presidente interino de Venezuela – quien se sostiene en gran medida por el apoyo recibido por la administración Trump – no tuvo la delicadeza de guardar silencio, sino que temeraria y traicioneramente reconoció por Twitter, aún sin resultados oficiales, un supuesto triunfo electoral de Joe Biden, contrincante de Trump.

Guaidó pareciera que se le olvidó de todo el respaldo que recibió de Donald Trump, y ni siquiera pudo – por mera  cortesía – dedicarle un mensaje de especial agradecimiento a quien lo sostuvo y protegió por tanto tiempo.

A pesar de que desde la Casa Blanca de Donald Trump se han cansado de reafirmar que reconocen a Guaidó como presidente de Venezuela, éste no tuvo ni siquiera la amabilidad de desearle suerte a Trump en su reelección. Así de desleal es el tipo.

Lo menos que se esperaba de Guaidó es que expresara su deseo de seguir trabajando con Trump como presidente de los Estados Unidos. Sin embargo, era mucho esperar de él y de su partido, pues éstos desde hace rato estaban coqueteando con el Partido Demócrata y el comando de campaña de Joe Biden.

Dirigentes y militantes de Voluntad Popular exiliados en Miami se sumaron a la comiquita de «Venezolanos con Biden», que por cierto perdieron en el estado de La Florida ante un Donald Trump fortalecido. Otro ejemplo de la poca reciprocidad de Voluntad Popular, Juan Guaidó y Leopoldo López.

Es menester decir que el denominado gobierno de transición jugó a acomodarse a cualquier escenario. Jugaron a estar bien con Dios y con el Diablo, sin percatarse que la mayoría de las veces el Diablo paga muy mal a quien bien le sirve, pues es normal pensar que un posible ascenso de Biden a la Casa Blanca significa un reajuste de la política estadounidense en el panorama internacional.

Con Biden en Miraflores pueden dormir más tranquilos; con Biden los chinos tendrán carta abierta, con Biden – es posible que tengamos que decir – «adiós, transición».

Es normal en política jugar con estrategia, sin embargo lo de Guaidó no fue un cálculo político, sino una vil deslealtad, porque mordió la mano de aquel que le «daba de comer».

Además, el caso de la relación Guaidó-Trump no es el único de deslealtad, pues con el arribo de Leopoldo López – artífice de la política del guabineo total – a Madrid, éste dejó en claro que no es una persona confiable, ya que a pesar de todo el apoyo brindado por el Partido Popular español a la causa venezolana y del respaldo de Vox, López se lanzó a los brazos de un Psoe que coquetea con el comunismo al ser el socio de gobierno del chavismo ibérico, es decir, el Podemos de Pablo Iglesias.

A pesar de que el papá de Leopoldo López es un protegido del Partido Popular, el «valiente prófugo» se arrodilla ante el socialismo del Psoe.

En conclusión, la Voluntad Popular de Leopoldo es parte del problema de Venezuela.

Para mí el guarapo dulce, el café amargo y el chocolate espeso.

 

 

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