Por José Dionisio Solórzano
Cogito ergo sum-. En diplomacia es entendible que un presidente de
un país no interceda en la materialización de las elecciones de otra nación, y
más cuando se trata de Estados Unidos y que el proceso electoral está cada vez
más turbio y enredado por las denuncias de fraude y resultados extremadamente
estrechos.
Ahora bien, esta premisa lógica
no aplica en el caso de Venezuela y puntualmente en el de Juan Guaidó, pues él
debió restearse con su mejor aliado en el plano internacional, y no lo hizo.
El llamado presidente interino de
Venezuela – quien se sostiene en gran medida por el apoyo recibido por la
administración Trump – no tuvo la delicadeza de guardar silencio, sino que
temeraria y traicioneramente reconoció por Twitter, aún sin resultados
oficiales, un supuesto triunfo electoral de Joe Biden, contrincante de Trump.
Guaidó pareciera que se le olvidó
de todo el respaldo que recibió de Donald Trump, y ni siquiera pudo – por
mera cortesía – dedicarle un mensaje de
especial agradecimiento a quien lo sostuvo y protegió por tanto tiempo.
A pesar de que desde la Casa
Blanca de Donald Trump se han cansado de reafirmar que reconocen a Guaidó como
presidente de Venezuela, éste no tuvo ni siquiera la amabilidad de desearle
suerte a Trump en su reelección. Así de desleal es el tipo.
Lo menos que se esperaba de
Guaidó es que expresara su deseo de seguir trabajando con Trump como presidente
de los Estados Unidos. Sin embargo, era mucho esperar de él y de su partido,
pues éstos desde hace rato estaban coqueteando con el Partido Demócrata y el
comando de campaña de Joe Biden.
Dirigentes y militantes de
Voluntad Popular exiliados en Miami se sumaron a la comiquita de «Venezolanos
con Biden», que por cierto perdieron en el estado de La Florida ante un Donald
Trump fortalecido. Otro ejemplo de la poca reciprocidad de Voluntad Popular,
Juan Guaidó y Leopoldo López.
Es menester decir que el
denominado gobierno de transición jugó a acomodarse a cualquier escenario.
Jugaron a estar bien con Dios y con el Diablo, sin percatarse que la mayoría de
las veces el Diablo paga muy mal a quien bien le sirve, pues es normal pensar
que un posible ascenso de Biden a la Casa Blanca significa un reajuste de la
política estadounidense en el panorama internacional.
Con Biden en Miraflores pueden
dormir más tranquilos; con Biden los chinos tendrán carta abierta, con Biden –
es posible que tengamos que decir – «adiós, transición».
Es normal en política jugar con
estrategia, sin embargo lo de Guaidó no fue un cálculo político, sino una vil
deslealtad, porque mordió la mano de aquel que le «daba de comer».
Además, el caso de la relación
Guaidó-Trump no es el único de deslealtad, pues con el arribo de Leopoldo López
– artífice de la política del guabineo total – a Madrid, éste dejó en claro que
no es una persona confiable, ya que a pesar de todo el apoyo brindado por el
Partido Popular español a la causa venezolana y del respaldo de Vox, López se
lanzó a los brazos de un Psoe que coquetea con el comunismo al ser el socio de
gobierno del chavismo ibérico, es decir, el Podemos de Pablo Iglesias.
A pesar de que el papá de
Leopoldo López es un protegido del Partido Popular, el «valiente prófugo» se
arrodilla ante el socialismo del Psoe.
En conclusión, la Voluntad
Popular de Leopoldo es parte del problema de Venezuela.
Para mí el guarapo dulce, el café
amargo y el chocolate espeso.
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