Por José Dionisio Solórzano
Opinión-. Hace unos días, en medio de la cuarentena y ante la
necesidad de llenar la nevera, tuve la obligación de salir de casa para
realizar las compras indispensables. Debido a la carencia de gasolina no me
quedó más remedio que utilizar el escaso transporte público que sigue operando
en el eje Barcelona-Puerto La Cruz.
No obstante, debido a la realidad
que padecemos y el hace mucho tiempo que no he pisado un banco, no tenía
suficiente efectivo para pagar el pasaje, el cual oscila alrededor de 40 mil
bolívar… ¡Na'guará!
No tuve más remedio que pagar con
un billete de $1. Pensé «Son 40 mil y el dólar está en 360 mil, lo que indica
que me debe dar de vuelto unos 320 mil bolívares… Y soluciono el problema del
efectivo que necesito para seguir pagando pasajes. ¡Se armó un limpio!».
Iba calculando el número de
autobuses que tenía que tomar con el propósito de llegar hasta mi destino y
retornar a mi hogar. En eso, el colector venía cobrando a los demás pasajeros,
que valga la ocasión de decir iban todos con tapabocas, y unos 4 con caretas,
incluyéndome.
Cuando el colector, que cobraba
al ritmo de una bachata de alto volumen que amenizaba el traslado, se acercó a
mí y dijo, con voz sonora, «pasaje» le respondí extendiendo el billete de un
dólar, el cual tomó, observó y tocó, creo que estuvo a punto de darle una
lamida, todo con la silvestre intención de comprobar que no fuese falso.
El joven sacó de su bolsillo
trasero una paca de billetes de distintos colores y denominaciones. Contó con
la rapidez del rayo y me entregó Bs. 220 mil, unos Bs. 100 mil menos de lo
calculado y esperado por mí. Tardé unos instantes, conté de nuevo, lo pensé y
giré mi cabeza para cuestionarle usando la típica pregunta: «cuánto es el
pasaje».
El ayudante del chófer volteó de
inmediato y explicó la fórmula matemática que yo no había comprendido. «Señor, el
pasaje está en 40 mil bolos, lo que pasa es que aceptamos el dólar a 260 mil».
Mi asombro fue tal, que no es necesario escribir las frases que cruzaron por mi
cabeza, es suficiente con decir que recordé a la madre del conductor y a la de
su ayudante.
El busetero había encontrado un
negocio redondo, por cada dólar se ganaba 100 mil bolívares; además, apuesto
que después vende los billetes obtenido a como establece los indicadores de la
compra-venda de divisas, ganando aún más dinero en la cadena de transacciones
que efectúa. Esto demuestra que en Venezuela el que menos puja echa una
lombriz.
El país se ha convertido en un
mercado persa, aquí todos quieren hacer negocio con todo y por todo; observamos
como la necesidad obliga a millones de personas, tanto de clase popular como
medias, a sucumbir ante la especulación, el robo descarado y del bachaqueo de
toda índole que se ha extendido, diversificado y enquistado en la economía
venezolana.
Sin duda, el culpable principal
de la crisis nacional es el gobierno y sus políticas. Sin embargo, quienes
hacen comercio con el hambre, la necesidad y el desespero de otros son tan
malos como aquellos que provocaron la actual situación venezolana. Así de claro
y así de sencillo.
¡Para mí el guarapo dulce, el café
amargo y el chocolate espeso!
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