Por José Dionisio Solórzano
Cogito ergo sum-. Pareciera que en Venezuela está penado el pensar con criterio propio, aquí el esgrimir un pensamiento político o decisión fuera del esquema tradicional es un pecado que es juzgado por un «Tribunal popular» a la usanza de la Revolución Francesa, aunque esta vez la guillotina es el escarnio público.
Me parece desmedido que se ataque de forma visceral a Henrique Capriles por el simple hecho de decir una verdad. El exgobernador de Miranda dijo que la «la estrategia de Guaidó fracasó» y esta es una verdad innegable.
Luego de un año y seis meses de la juramentación de Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela, éste no ha pisado ni la acera frente al Palacio de Miraflores, y quien ocupa la silla presidencial, nos guste o no, sigue siendo Nicolás Maduro.
Los seguidores de Guaidó agredieron con una ferocidad terrible a Capriles; no obstante los mensajes por Twitter, Facebook o Instagram no desmeritan en absoluto ninguno de las aseveraciones pronunciadas por quien en dos ocasiones dirigió a la oposición venezolana.
Y, lo más lapidario de las afirmaciones de Capriles fue aquella frase de «no sigas con ese gobierno de internet», realizando alusión a que el ejercicio del poder por parte de Juan Guaidó está limitado por el Wifi y por los megas de su teléfono celular.
El caso de Capriles no es el único, acabamos de observar como la gobernadora del Táchira, Laidy Gómez, es llevada al paredón político por el simple hecho de acudir a las elecciones parlamentarias de este año.
Sin caer en la legalidad o legitimidad del proceso comicial, sin entrarnos en el aspecto de la conveniencia o no de participar, que son factores de discusión para otro artículo, es necesario señalar que si somos demócratas debemos empezar por respetar las posiciones de cada quien.
Las manifestaciones de radicalismo, sectarismo y una especie de dogmatismo de la nada, lo que hacen es que algunos, de quienes siguen a la oposición venezolana, se conviertan en una nueva versión de aquellos que por más de 20 años han agredido, intimidado, ofendido y hasta torturado a quienes no piensan como ellos.
Esta actitud inquisitorial que se practica en Venezuela es similar dentro del Gobierno como en la Oposición, en ambos extremos del debate político se menosprecia a aquellos que se atreven a romper paradigmas, a quienes tienen la valentía de pensar de forma independiente e innovadora.
No podemos seguir con una concepción cerrada de la crisis venezolana, tenemos que abrir los ojos. Dejemos los odios mezquinos a un lado y avancemos hacia la construcción de las salidas a la triste situación que padecemos.
Si algunos deciden el camino electoral ¡bien!, y si otros optan por otras sendas de actuación política ¡bien! Lo que sí debemos evitar es caernos a cuchilladas entre nosotros mismos como una representación masiva de Caín y Abel.
¡Para mí el guarapo dulce, el café amargo y el chocolate espeso!
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