Por José Dionisio Solórzano
Cogito ergo
sum-. A Juan le
quedaba una ñinguita de gasolina en el tanque de su corolla azul, luego de
pensarlo mucho y de recibir por Whatsaap las Estaciones de Servicio que al día
siguiente iban a surtir combustible, tomó la decisión de irse a dormir a la
bomba.
Su esposa,
le hizo cena y desayuno para el otro día, metió en el maletero dos botella de
agua congelada en una cavita y una pimpina de gasolina de unos 4 litros, y
arrancó rumbo a la surtidora de carburante.
Llegó a las
7 de la noche, a esa hora ya la cola se prolongaba en una interminable línea
que bordeaba los límites de un sector "rojo" de la ciudad. Juan
respiró profundamente, besó la cruz que le pendía del cuello y empezó su
vigilia.
Al cabo de
unos pocos minutos dejó de ser el último en la fila; y ante el movimiento de
los conductores que salían de sus vehículos a conversar, decidió integrarse a
la tertulia nocturna sobre el asfalto.
Entre
chistes, críticas al gobierno y anécdotas de otras noches como aquella, fueron
pasando los minutos, y a las 9pm empezaron a ver un movimiento extraño.
Dos
motorizados hacían roncar los motores de su transporte a dos ruedas, la primera
reacción de todos fue de miedo, hasta que alguien dijo: "Es la Guardia
Nacional".
Y en efecto,
dos funcionarios, uno vestido del verde oliva de la Fuerza Armada Nacional y
otro trajeado del azul de la policía regional, venían realizando una lista de
las matrículas de los automóviles que se encontraban en la cola.
"Buenas
noches señores, venimos organizando la fila", notificó el militar con un
lenguaje cordial y hasta solidario. Todos quedaron satisfechos, y ante la
dispersión de los conductores, Juan aprovechó para meterse en su corolla y
comerse la arepita rellena de mortadela que su mujer le había preparado con la
escasez de su hogar y con el amor que le profesaba.
Luchó contra
el sueño, hasta que éste le venció. Como a la una de la mañana, debido a una
música estrepitosa, se despertó y salió del automóvil, estiró sus piernas y
empezó nuevamente conversar con sus compañeros de cola y de desdicha.
"Hermano,
yo me metí en esta vaina porque yo no soy de aquí, vengo del estado Bolívar y
me tengo que regresar hoy mismo, si es que logro echar gasolina… Yo con 40
litros tengo para llegar a mi casa", le dijo Ricardo, un señor de unos 50
años.
Cuando
aclaró el día, nuevamente los funcionarios pasaron lista a los vehículos en la
fila; donde estaba Juan se escuchaban los griteríos de la gente, supuestamente
quedaban unos 25 carros que le tocaban el día anterior y habían quedado
pendientes para ese día.
El encargado
de la Bomba, un coronel del Ejército, había dado la orden de que "a quién
no le toca, no le echamos gasolina y punto".
Después de
varios minutos de discusión, lograron sacar a los que habían quedado del día
anterior, quienes se retiraron con una mezcla de tristeza y frustración.
A partir de
allí, enumeraron los vehículos del día. Juan brincó de la alegría al saber que
estaba en el puesto 64. 《De que echo
gasolina, echo》, pensó con
entusiasmo. Empezó a moverse la cola, al rato de conocerse que la cisterna
había descargado el combustible.
Como a las
10am empezaron a oírse los comentarios. "La gandola solo dejó 9 mil litros
de combustible"… "Tomaron la determinación de echar 30 litros por
carro". Juan calculó:《si hay 9 mil litros y solo dispensarán 30 por
vehículo, alcanza para 300 carros, yo estoy hecho》.
Cuando solo
le faltaban 6 carros para que tocara el número 64, Juan salió de su carro para
ir a pagar, como era el método usando en la Bomba. Estando allí, esperando para
entrar a cancelar, Juan notó que los uniformados dejaban pasar autos que no
estaban enumerados, lo cual le preocupó, no obstante aún estaba consciente que
por los números, él si podía recargar combustible.
Unos 20 o 25
vehículos de una cola paralela, entraron a la estación, mientras que a Juan, y
a otros, no los dejaban pasar ni siquiera a pasar sus tarjetas.
Al cabo de
unos 40 minutos de pie, esperando en medio del sol, salió un militar y dijo:
"Señores, se acabó lo que se daba"…
《Cómo se acabaron los 9 mil litros》; 《En qué momento pasaron 300 autos》 estas preguntas se convirtieron en ira para
algunos, tristeza para otros, impotencia y ganas de llorar. Juan pataleó,
protestó y hasta lo amenazaron con llevárselo preso, y así con los ojos
aguados, la furia en sus manos empuñando el volante y con la luz encendida en el
tablero de la gasolina regresó sin el chivo y sin el mecate a su casa.
P.D: Esta
historia es un relato ficticio, pero no me hago responsable si te identificas
con su contenido.
¡Para mí el
guarapo dulce, el café amargo y el chocolate espeso!
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