Por José Dionisio Solórzano
Cogito ergo sum-. En muchísimas ocasiones las ideas para escribir
nacen de la observación y de saber escuchar a nuestro alrededor. Hace unos
pocos días oí una conversación de autobús, entre dos trabajadores, que despertó
en mí la necesidad de reflexionar sobre el origen del resentimiento social.
Los mencionados obreros, quienes
portaban sus camisas con el logotipo de la industria donde laboran, hablaban de
la injusticia de los sueldos y salarios que devenga la masa trabajadora
venezolana, disertaban a viva voz su inconformidad y su frustración creciente.
Uno de ellos, con todo molesto y
airado, decía "no es posible que nosotros que nos matamos trabajando
ganemos 200 mil bolívares quincenales, mientras los ingenieros sentados con
aire acondicionado ganen 2 millones mensuales".
¿Por qué la comparación? Fue la
pregunta inicial que brotó en mi mente, ¿Por qué se comparan con aquellos que
estudiaron una carrera, mientras ellos no pudieron o no quisieron hacerlo?
¿El ingeniero, el médico, el
abogado, el administrador, el comunicador o el contador son culpables de algún
delito por el hecho de ir a una Universidad y haberse graduado? Aquella
expresión del trabajador fue como un rayo que iluminó mi entendimiento.
Yace en nosotros, en todos los
seres humanos, una necesidad de endilgarles a otros nuestros propios errores y
la causa de nuestras muy particulares faltas. El ingeniero no es culpable que
el obrero gane poco o que su sueldo no le alcance, y menos es responsable que
el obrero no se preparase con una profesión.
He aquí el origen del
resentimiento social, el nacimiento de la interrogante maligna de: "por
qué él tiene y yo no". Aquí, rudimentariamente, palpamos el brote orgánico
de la idea del socialismo y del comunismo. En síntesis es la necesidad de tener
aquello por lo que no luchamos, es el atacar a aquel que luchó y que tiene, y
acusarle que por su culpa otros sufren carencias.
Para aquellos trabajadores,
montados en un autobús de la ruta Barcelona-Puerto La Cruz, la responsabilidad
de la diferencia de sueldo no estriba en la educación de unos y otros, no. Para
aquellos trabajadores el ingeniero, no sabré decir cómo, le ha quitado lo que
ha ellos le toca por sus esfuerzos y por derecho.
En sus mentes no pasa la idea de
que: "estoy así porque no estudié" o "voy a trabajar duro para
que mis hijos no estén donde estoy yo, sino que estén allá en el escritorio del
ingeniero"... No, para ellos es más fácil, el atacar, el recriminar, el
protestar.
Esta actitud ha sido el alimento
por décadas de la izquierda, quienes por años han fomentado la idea errática,
cómoda y, porque no decirlo, absurda, de que el que tiene es porque le quitó lo
que le correspondía a aquel que ahora no tiene.
Sin embargo, quienes piensan así
no saben que muchos de los ingenieros, médicos, administradores y más, no son
ricos de cuna, no son los mentados "amos del valle", sino que muchas
veces son hombres y mujeres que vienen de las barriadas populares y con muchos
sacrificios, de ellos y de sus padres, lograron superarse en la vida.
El trabajo honrado, cualquiera
que este sea, es digno de reconocimiento. Ya sea el que tiene el pico y la pala
en las manos, o aquellos que tienen el lápiz y el papel. El trabajo no debe ser
génesis de diferencias sociales, no. El trabajo debe unirnos más como hombres,
como seres humanos, como ciudadanos.
Y, el verdadero responsable que
el obrero no pueda vivir con su sueldo, que el profesional sobreviva y muchas
veces la situación lo empuje a emigrar, no es de uno o de otros, sino de las
políticas de un gobierno que ha sumido a la población entera en la miseria.
¡Señores! No se trata de luchas
de clases, como Karl Marx propugnaba en sus ideas, y que muchos trasnochados
siguen creyendo, la solución es la solidaridad entre todos los venezolanos, es
que cada quien haga su parte trabajando. Que el cocinero cocine, el obrero
construya, el ingeniero ingenie y el administrador administre, todos con
honradez, con pasión y con compromiso.
Y al pensar todo estos aspectos
me dije: ¡Eureka! La vida es vida, cuando asumimos nuestro papel en ella,
cuando nos olvidamos de acusar a terceros de nuestras faltas y nos
responsabilizamos de nuestro propio papel en nuestras vidas, familias y
sociedades.
¡Para mí, el guarapo dulce, el
café amargo y el chocolate espeso!
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