Por José Dionisio Solórzano
Cogito ergo sum-. A José Brito lo conozco desde hace unos cuantos
años atrás. Siempre se destacó por su carácter volátil, su verbo encendido y
por sus reacciones poco diplomáticas.
Siempre fue destemplado, llano y
firme en sus posiciones contra el gobierno nacional, sin embargo algo pasó. En
algún momento todo cambió, todo se trastocó y José Brito se transformó en parte
de la panacea que busca salvar a Nicolás Maduro.
¿Cómo Brito pasó de un furibundo
enemigo del régimen, a un colaborador de éste?
A pesar que es difícil pensarlo, si lo analizamos con profundidad si
tiene mucha lógica.
Los pininos de José Brito en la
política fueron contra Ernesto Paraqueima, a quien se opuso abiertamente,
haciéndole una dura oposición. No obstante, en el transcurrir de la vida, Brito
se transformó el aliado, amigo y compadre de aquel a quien rivalizó por tanto
tiempo.
Como parte del entorno de Ernesto Paraqueima, quien primero fue un
exaltado seguidor de Hugo Chávez, para luego saltar la talanquera, y después
salir fotografiado al lado de Nicolás Maduro, Brito aprendería el arte del brinco
de banca, del cambio de opinión y del acomodaticia técnica de arrimarse al
árbol que da frutos.
Y, además, Brito, y con el perdón
de su cara tengo que decirlo, se ha enfrascado consciente o inconscientemente a
imitar a Paraqueima, no sólo en posiciones políticas sino en actuaciones y
ademanes físicos. Aquí tengo que hacer un agregado: no sé si sus actitudes
violentas sean naturales en él o simplemente parte de un entrenamiento
intensivo que realizó en sus tiempos de seguidor, colaborador y “hermano del alma” de Paraqueima.
Lo cierto es que el “amor” no
duró mucho entre ellos. José Brito se abrió camino solo y mientras Paraqueima
seguía con Podemos y después con el MAS, y estaba en esa línea de amor y odio
con el régimen, Brito se casaba con
Primero Justicia convirtiéndose en parte de esa nueva camada de justicieros
adoptivos que tanto ruido causó en el estado Anzoátegui.
Candidato a alcalde derrotado en
el 2013, gracias a que su ex aliado se postuló dividiendo los votos y permitiendo
que el abanderado del Psuv, Jesús Figuera, se colara. Posteriormente,
abanderado de la Unidad Democrática para diputado a la Asamblea Nacional,
resultando ampliamente vencedor.
Cuando parecía un tiro al piso su
postulación y victoria para alcalde del municipio Simón Rodríguez (El Tigre),
su testarudez lo llevó a aceptar unas primarias
contra el candidato de AD, Ernesto Raydan, y a pesar que todas las encuestas lo
favorecían, la maquinaria adeca lo pulverizó en la elección.
Tal vez allí, más que nunca, creció
su resentimiento en contra de la oposición. Siguió fungiendo como diputado y
parte del equipo de Primero Justicia, recibió otro plomazo político cuando no
quedó como jefe de Primero Justicia en Anzoátegui, luego de la huida de Gustavo
Marcano.
Su historia como discípulo de
Paraqueima, su resentimiento al no poder llegar a alcalde de El Tigre, su
aflicción al estar en un partido que lo aceptó, pero jamás lo reconoció como un
legítimo militante, todo esto, aunado a las ansias de poder y el apetito voraz
por reconocimiento y algo más, lo llevó a traicionar todo por lo cual luchó
durante años.
O tal vez nunca fue un real
opositor, sus frases altisonantes, sus gritos enfurecidos, todo era parte de
una estrategia, de una puesta en escena, porque pensaba que su porvenir
político estaba en ese lado de la calle. Y, tal vez, ahora muestra su verdadero
rostro, su verdadera personalidad.
Todo esto son suposiciones de un
cronista que no termina de entender como un hombre bota años de lucha y sacrificios
en un instante.
¡Para mí, el guarapo dulce, el
café amargo y el chocolate espeso!
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