José Dionisio Solórzano
Cogito ergo sum-. Venezuela vive un vacío; más allá de las
posiciones y/o preferencias políticas de cada quien y de las mías propias, que son bien sabidas por mis
lectores, quisiera disertar sobre la situación que atravesamos en el país.
Por un lado, observamos como Juan Guaidó se viene
desinflando vertiginosamente. El paso del tiempo y la no concreción de la
estrategia de cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones
libres, ha afectado enormemente al presidente de la Asamblea Nacional, quien no
encuentra como retomar el liderazgo que obtuvo a partir del inicio de este año.
Llegamos a noviembre y la promesa
de la instalación de un Gobierno de Transición no ha pasado de ciertas
iniciativas, unas de importante repercusión y otras no tanto, y del ejercicio
de un poder que a veces pareciera que se consolida y al día siguiente se apaga
como el vestigios de lo que fue una llama viva.
Juan Guaidó tuvo la oportunidad
de su vida en sus manos, su liderazgo llegó a niveles increíbles, no obstante
ahora pretende recomponerse ante la opinión nacional con el llamado que realizó
para el próximo 16 de noviembre. Amanecerá y veremos.
En la otra acera, tenemos a un
Nicolás Maduro quien sigue tratando de dominar el timón de un barco que está en
medio de una tormenta política sin precedentes en la historia continental.
Las sanciones económicas emitidas
por Washington son una verdad irrefutable, y un escollo prácticamente
insalvable para quienes obstante el poder nacional. Esto ha traído como
consecuencia que el liderazgo de Maduro no se termine de concretar, y no me
refiero a la Opinión Pública venezolana, sino en las estructura de poder dentro
del Partido Socialista Unido de Venezuela y de sus aliados.
Esta inestabilidad económica y
las fricciones políticas a lo interno se ven reflejadas en la imagen de los
demás líderes del oficialismo. Vemos que los gobernadores rojos mejor evaluados
aduras penas pueden pasar del renglón “regular” en el desempeño de sus
funciones, resaltando aquí los señores Rafael Lacava, Héctor Rodríguez, Jorge
García Carneiro, los mandatarios de Carabobo, Miranda y La Guaira.
Si lo vemos con un cristal
imparcial y lo más despojado posible de apasionamientos y subjetividades
extremas, podemos afirmar que Diosdado Cabello es quien mejor ha jugado sus
piezas en la consolidación de un liderazgo puertas adentro en el oficialismo,
no obstante esto sería tema de otro artículo (prometo escribirlo más adelante).
En medio de este panorama podemos
afirmar que el país padece de un vacío político y esto perjudica la cosmovisión
que los venezolanos tenemos del poder.
De algo debemos estar claros, el
caciquismo político o el caudillismo, la figura del Gendarme Necesario, sigue
viva en nuestra ADN social, por ende, la ausencia de un líder causa tantos
estragos en nuestra sociedad.
Carecemos, gobierno y oposición,
de un liderazgo carismático como el que alguna vez lució Hugo Chávez o Carlos
Andrés Pérez, tampoco poseemos la guía intelectual que simbolizó en su
oportunidad el Dr. Rafael Caldera, ni la jefatura política de un Don Rómulo
Betancourt.
Esta es la tragedia nacional que
se transforma en un vacío político que se siente en nuestra estructura política
y social.
¡Para mí, el guarapo dulce, el
café amargo y el chocolate espeso!
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