lunes, 28 de marzo de 2016

Aquel billete

Cogito ergo sum (Puerto La Cruz)-.  Era marrón y con el verdadero rostro del Libertador, Simón Bolívar, horizontal y no vertical como el de ahora, aunque la más notoria diferencia era el valor real, es decir, la capacidad de compra que cualquiera tenía al tenerlo en su billetera.

En aquellos días, con seguridad usted podrá recordarlo, existían billetes de 5, 10, 20, 50 y 100 bolívares y luego venía el mágico billete de 500, aquel que tenía estampada una orquídea en su dorso.

El de Bs. 5 era rojizo con la faz de Simón Bolívar de un extremo y del Generalísimo Francisco de Miranda por el otro, a su reverso se erigía una emblemática catedral.



Mientras el de Bs. 10 era azulado con las figuras de Bolívar y el Mariscal Sucre en cada esquina de un lado del billete, el de Bs. 20 portaba a un vetusto General José Antonio Páez y el de Bs. 50 reconocía en el campo de las humanidades el grandioso legado de Don Andrés Bello.

No obstante, hoy quiero hacer hincapié en el billete de 100 bolívares. Poseyéndolo usted con tranquilidad podría ir a la bodega de la esquina, porque siempre había una cerca, y comprar no una, ni dos, tampoco tres, sino una considerable cantidad de alimentos y lo más sorprendente, sobre todo para los más jóvenes, es que te quedaba vuelto.



Con 100 bolívares el poder adquisitivo era alto, con este billete usted podía no solamente resolver un almuerzo bien resuelto, sino que le sobraba para el otro día.

Por ejemplo, un niño con un billete de 100 bolívares era rico. Ese muchacho hacía y deshacía, compraba lo que quisiese y brindaba a cualquiera.

Es que más de uno, con un billete de los “marrones”, hablaba fuerte en cualquier licorería debido a que tenía con qué.

Ese billete, es lo que equivaldría actualmente a unos 0,1 bolívares de los mal llamados “fuertes”,  sería un chiste en la malograda economía socialista del siglo XXI.

Recordemos que Hugo Chávez en su afán de cambiarlo todo y destruirlo todo, le quitó tres ceros a la moneda venezolana, lo que en sí fue una especie de devaluación velada, además significó el inicio del fin de nuestro signo monetario y la caída, en picada, de nuestro poder adquisitivo.

Y el actual billete de 100 bolívares, algo marrón y vertical, equivale a 100 mil bolívares de los viejos, la diferencia estriba en que con los 100 Bs. denominados fuertes no puedes comprarte ni un refresco, y con los 100 mil de los “débiles” se podía adquirir un carro, casa y muchas cosas más.

En mi hogar, que no era pudiente ni mucho menos, se tenía un aceptable nivel de ingresos y el consumo de alimentos como el harina precocida, el arroz, la pasta, carne, pollo y pescado, era normal, un asunto baladí, empero en la actualidad la adquisición de estos productos representa una odisea tanto por el costo como por su desaparición.

Los voceros del régimen vociferan que: “en la cuarta república el pueblo comía perrarina”, en lo particular jamás sustituí mis alimentos por comida de canes, y sobre todo porque un kilo de alimento para perro era más costoso que un kilo de bistec.

Me gustaría que alguien me diga, aquí les dejo mi cuenta twitter: @jdsolorzano, si alguna vez comió perrarina y por favor no vengan con el cuento de “que yo no, pero sé quién sí”, porque eso es igual al cuento del “amigo, de mi amigo, que conoció al ayudante del general que se casó con la cuñada de…”.





lunes, 21 de marzo de 2016

Rezar, trabajar y vivir

Cogito ergo sum (Puerto La Cruz)-.  Si quieren que la paz reine en sus familias y en su Patria, recen todos los días el Rosario con todos los suyos”, así lo dijo San Pío X y me parece adecuado recordarlo cuando estamos en medio de la Semana Santa.

La oración es la vía más expedita para redimir nuestros pecados, para declararle a Jesucristo, el Hijo de Dios, nuestras angustias, necesidades, festejar con Él nuestras alegrías. Y es el Santo Rosario una herramienta infalible para acercarnos más a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Cuando nos dirigimos devotamente a Dios, cuando nos arrodillamos, agradeciéndole al Señor e implorándole por su infinita misericordia, estamos aproximándonos a lo que Él quiere que seamos, estamos dando pasos importantes en nuestra vida como verdaderos y dignos hijos de Dios.

Permítanme recordar, en estas líneas, otra frase que debemos tener presentes como buenos cristianos: “Rezar mi Rosario es mi más dulce ocupación y una verdadera alegría, porque sé que mientras lo rezo estoy hablando con la más amable y generosa de las madres”, así lo dijo San Francisco de Sales, por cierto el Santo Patrono de los periodistas.

Rezar el Rosario es una forma benéfica de encontrarnos con el Señor, de entablar con Él un diálogo de Padre a hijo, estamos empleando un método que la Madre de Dios, nuestra amadísima Virgen María, nos entregó para que libremos diariamente el combate contra el pecado y las trampas que la vida nos coloca en el camino.

Cuando estemos en medio de nuestra conversación con Dios, cuando meditemos profundísimamente los Sagrados Misterios del Rosario, cuando entendamos los porqués de los sacrificios y el Martirio de Jesús de Nazareth, y luego de los apóstoles, comprenderemos cual es nuestro real objetivo en la tierra.

Y es que rezar el Rosario y orar delante del Altar frente a Cristo consagrado nos permite realmente hacernos un examen de consciencia para así poder limpiar nuestras ofensas y pecados a través del Sacramento de la Reconciliación.

Durante estos días santos, debemos asimilar el poder de la oración como el arma de fe más importante para vencer obstáculos, alcanzar metas y ser cada día mejores seres humanos, y si a esta acción, que debería transformarse en hábito, le sumamos el trabajo firme y consagrado a Dios, si dedicamos nuestras labores diarias a Él, podremos alcanzar la mejor metas de todas: Una vida plena.

Porque ninguna vida será plenamente satisfactoria si está de espaldas a Dios, si no cumple con las reglas que nuestro Señor nos ha puesto para que hagamos el bien, para que desbordemos solidaridad, caridad y misericordia.

Quien más rece y ore más cerca estará de Dios Todopoderoso, quien trabaje más ofreciéndole a Dios sus esfuerzos, trasnoches y mortificaciones será ungido por la bendición de la Santísima Trinidad.

Para concluir este artículo, quiero expresarles mis disculpas a todos, sé que no es habitual que esbocé mis creencias religiosas tan abiertamente como en esta ocasión, no obstante como católico que soy me siento plenamente orgulloso de formar parte de la iglesia, y de luchar cada día para vivir en la plenitud de mi fe.


¡Recemos con devoción! 

martes, 15 de marzo de 2016

Oro, nacionalidad y sequía

Cogito ergo sum (Puerto La Cruz)-.  La realidad venezolana es plenamente compleja. Por un lado la “gallina de los huevos de oro” se acabó, y la crisis del mercado petrolero llegó y no sabemos hasta cuándo; no sabemos cuándo volveremos a ver un precio por lo menos cercano a lo vivimos hace apenas un par de años atrás.

El régimen de Nicolás Maduro, que no es otra cosa que la prolongación innecesaria y abortiva de su sucesor, inició con un mal pie.

Nacido de unas elecciones muy, pero muy dudosas, durante el período de Maduro al frente de los destinos del país, se evidenciaron la acumulación de errores y fiascos económicos que se cometieron a lo largo de muchos años.

La crisis petrolera aparece para golpear aún más la gravísima realidad venezolana, y es que en sí la caída de los precios internacionales no son el problema, si lo fuesen Arabia Saudita sufriera escasez de alimentos o Noruega estuviera en medio de una depresión económica, y ambas naciones siguen florecientes.

Lo que ocurrió aquí fue el despilfarro, en palabras de Don Rómulo Betancourt: “el nuevo riquismo derrochador” lo que provocó la quiera del Estado venezolano, porque jamás en nuestra historia tuvimos tanto dinero y nunca gastamos, regalamos y botamos tantos recursos como en esos días de bonanza petrolera.

Ahora, en medio de la crisis el Gobierno inicio la privatización, sí leyeron bien, la privatización de las minas de oro venezolanas, lo que nos indica que después de saquear el petróleo nacional los rapaces socialistas vienen por el oro.

Y en medio de este tránsito de petróleo a minería surge el espantoso hecho de la masacre de Tumeremo, que demuestra que la criminalidad, otro de los legados de Chávez, se encuentra campante por todos los rincones de la nación.

Lo de Nicolás Maduro no puede llamarse “mala suerte”, sino “mala leche”. Al precio de crudo en baja y a la criminalidad desatada en la región minera, se le suma la agobiante crisis del agua.

Ya el cuento del fenómeno de “El Niño” está quemado. Sí, es cierto que existe un fenómeno climatológico que está afectando a una gran parte de la humanidad, mas todos los gobiernos serios, por lo menos del hemisferio, tomaron sus previsiones, mientras que aquí hicieron lo que mejor que saben hacer improvisar.

Frente a la inestabilidad económica que causa la escasez de alimentos y miles de productos más, ante la agotamiento de las reservas de agua dentro del país, sale un equipo de reporteros colombianos a precisar los orígenes cucuteños de Maduro, o de por lo menos de su familia.

La crisis personal y política de Maduro no tiene límites. No sé bien si él empavó la silla de Miraflores, o fue que Chávez se la dejó preparada, tal vez él nació con la mantilla equivocada y en vez de darle suerte le trae desgracias, lo cierto es que su período de gobierno ha estado marcado por el fracaso y el caos constante.

¿Y les extraña que miles de venezolanos salgan en masas a pedirle la renuncia a Maduro? ¿Les parece asombroso que millones de connacionales  expresen su rechazo al gobierno en medio de las colas en los Bicentenarios o Mercal?



miércoles, 9 de marzo de 2016

¿Cómo le dice?

Cogito ergo sum (Puerto La Cruz)-.  Cómo la madre le dice a su bebé que llora que no consigue alimento para él o ella, cómo le explica a otro de  sus hijos, cuando le pide una arepa para comer, que no encuentra harina precocida por ninguna parte.

Cómo le dice una madre a su hijo que no podrá comer pan en la cena porque después de tres horas en una cola en la panadería, salió el encargado y anunció que el producto se había agotado.

Hambre, Venezuela tiene mucha hambre


Cómo el papá le dice a su hijo que no puede comprarle el uniforme escolar o el libro que tanto necesita para sus estudios, porque el sueldo no le alcanza.

Cuando hablamos de la crisis en las dimensiones macroeconómicas nos alejamos de las consecuencias sociales y humanas del desastre que estamos viviendo en el país.

Escuchamos a economistas, muy avezados en su área, disertando sobre la crisis alimentaria e inflacionaria en la nación, no obstante es cuando observamos los pequeños detalles cuando nos percatamos del real alcance de la emergencia humanitaria que padecemos dentro de Venezuela.

Ver y oír a mujeres desesperadas porque no consiguen alimentos para sus bebés, escucharlas como lloran presas de la angustia de saber que su bebé no tiene que comer, nos indica el nivel de catástrofe social que estamos viviendo.

El pueblo es el que sufre


Escuchar a un adulto mayor resignado en que en cualquier momento “me dé un tanganazo” porque no consigue las pastillas para controlarse sus dolencias de hipertensión o diabetes.

Cuando nos detenemos a observar el miedo y el desespero de los familiares de los enfermos de cáncer ante la imposibilidad de conseguir medicamentos para tratar sus dolencias, nos enfrentamos al lado real, tangible, y doloroso de la crisis nacional.

Porque el bebé que llora no se le puede explicar sobre errores económicos, mala administración o crisis alimentaria. Cuando el estómago de nuestro hijo de unos 8 o 9 años le empieza a gruñir no se le puede satisfacer su hambre con explicaciones macroeconómicas y menos con los chapuceros argumentos del régimen.

 Cuando la tensión  se le dispara a un paciente hipertenso o los niveles de azúcar a un diabético no se solventa el problema acudiendo a encender el televisor para escuchar las excusas o aseveraciones triviales del régimen de Nicolás Maduro.

No hay comida en ninguna parte
Cuando un paciente de alguna enfermedad muere porque no se consiguen tratamientos y en los hospitales públicos no hay ni curitas y menos algodón, no podemos encontrar explicaciones sobre esta tragedia.

“Después de ojo saca’o no vale Santa Lucía”, cuando el cuerpo no aguanta más el desenlace es el menos indicado, y no solo me refiero al humano, sino al cuerpo de la sociedad, esa que se encuentra estoicamente soportando los sinsabores de la crisis, pero ¿hasta cuándo?



Apreciado lector, cómo le dirá mañana a sus hijos que no tenemos país, porque usted no quiso actuar hoy, porque usted se dejó ganar por el desinterés y el desdén, porque usted fue víctima de la apatía.


Hoy estamos más cerca del cambio profundo que iniciamos con nuestro voto el pasado 6 de diciembre. No desmayemos, sigamos luchando por Venezuela.