Cogito ergo sum-. Es ahora cuando la humanidad recuerda la pasión
de Cristo, cuando todos los cristianos del mundo sean católicos, ortodoxos,
protestantes, o del rito oriental, todos nos unimos en una sola oración agradeciéndole
a Nuestro Señor su misericordia y amor
profundo al enviarnos su único hijo para que se sacrificara por nosotros,
lavando con su sangre nuestros pecados.
Estos días deberían ser de
recogimiento espiritual, de realizar encuentros íntimos con Dios, deberían ser
la ocasión precisa para alabar al Señor por toda su generosidad, pero por el
contrario estos días de asuetos religiosos se han convertido en oportunidad
para el desenfreno, la inmoralidad y demás debilidades de la carne.
Los venezolanos producto de
nuestra sangre caliente y nuestro espíritu caribeño somos joviales y bochimcheros,
pero sin dejar de serlo deberíamos utilizar estos momentos sagrados para
pedirle a Dios por nuestro país que atraviesa un momento muy difícil de su
historia y que por tantos años ha estado a merced de una división social y
política que nos ha venido desangrado sostenidamente.
En estos días santos cuando Jesucristo
se entregó por completo a los designios del Padre, quien lo dio todo de sí por
el perdón del pueblo de Dios, son los momentos ideales para desarrollar un ejercicio de reencuentro
nacional, es la hora indicada para dejar tan sólo por unas horas nuestras
diferencias políticas y humanas y unirnos en nuestra símil devoción cristiana.
El país entero, para no decir el
globo terráqueo, está cansado de tanta guerra y odio entre hermanos, está
sinceramente hastiado de la confrontación que hemos creado los hombres, por
ende, es la actual circunstancia y el momento justo para hacer un mea culpa y
rogarle a Dios Altísimo que ilumine el camino de la unión entre los
venezolanos, apartando la fractura o brecha que existe hoy uniéndola como un
todo tan monolítico y sólido como una piedra angular.
Esta nación que fue llamada por
Cristóbal Colón “Tierra de Gracias” posee más allá de las bondades naturales de
Dios le entregó, un Don, una gracia superior y es, sin temor a equivocarme, la
unción del mismísimo Espíritu Santo, porque no existe otra explicación a que
por encima de los miles de males ocasionados por los hombres este pedazo de
tierra de América del Sur siga siendo un reducto de felicidad y de bienestar. Sólo
el Señor puede hacer esto y sólo su poder y bendición es capaz de mantener
firme a algo o alguien tan golpeado y ensangrentado.
Les volveré a pedir, desde esta
mi humilde trinchera, que recen mucho, que oren detenida y fielmente a Dios,
porque es Él quien nos sacará de la actual situación que padecemos los
venezolanos, porque será su amor infinito, su entrega y perdón eterno lo que
nos guiará por la senda correcta.
Le deseo a cada uno de ustedes
apreciados lectores una feliz Semana Santa y la más profunda de las bendiciones
para ustedes, sus familiares y amigos; no olviden jamás que Dios es el amor más
grande que existe y en Él encontraremos todas las preguntas y todas las
respuestas.
Qué Dios santísimo y alabado los
acompañe siempre y que escuche todas las plegarias que ustedes les envían. Le
pido, antes de cerrar estas breves líneas, a Dios Todopoderoso que bendiga a
nuestra Venezuela y que tome Él el timón de este barco para que nos lleve a
todos a puerto seguro. Amén.
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