Por José Dionisio Solórzano
Cogito ergo sum-. Algunos santurrones de sofá, café y panaderías,
se escandalizarán con este artículo, hasta algunos me condenarán y lapidarán.
Sin embargo, la tierra seguirá girando alrededor del sol, y el mar seguirá
siendo más grande y más profundo que el río.
A Venezuela le hace falta su
caudillo. Sí, nuestra sociedad siempre ha necesitado y necesitará de un «jefe»
que guíe, controle e inspire a los venezolanos.
En los tiempos precoloniales esta
figura era la del cacique, un hombre fuerte e inteligente que se ganaba su
posición en la tribu. Un conductor que tenía sobre sus hombros la paz de la
comunidad.
Luego pasamos a la figura del Rey
y de sus enviados, ya sea el Capitán General, el Gobernador o el Real Auditor.
Durante la guerra de
independencia tuvimos dos grandes caudillos populares. Primero José Tomás Boves
quién peleó bajo las banderas del Rey para justificar sus pasiones más
viscerales; y tras su muerte emergió el liderazgo social de José Antonio Páez.
El Libertador, por su parte, fue
un caudillo intelectual y político. Sin duda, el hombre más grande de América.
Se ganó esta posición por la fuerza de su carácter, por su temple y mano dura;
y no era tarea fácil doblegar a hombres como Santiago Mariño, Bermúdez, Páez,
Santander, incluso tuvo que pasar por las armas al general Manuel Piar.
En la construcción de la
venezolanidad y los primeros pininos de republicanismo la figura de Páez como
«gran jefe» fue indiscutible; luego José Tadeo Monagas, durante la Guerra
Federal el rol de Ezequiel Zamora, después el «ilustre americano» Antonio
Guzmán Blanco, Joaquín Crespo, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez y Marcos
Pérez Jiménez.
Incluso, la era democrática es
imposible ponderarla sin la conducción de Don Rómulo Betancourt en el seno de
Acción Democrática o del Doctor Rafael Caldera en el de Copei.
El caudillismo con arraigo
popular como los de Carlos Andrés Pérez y Hugo Chávez son parte de esa pasión y
admiración que los venezolanos sienten por el papel del guía político.
Pues, es por esta razón
histórica, sociológica y política que los venezolanos se sienten huérfanos en
la actualidad.
Por encima de las quejas de los
beatos del llamado «liderazgo colectivo», desoyendo los gemidos de los
dolientes del igualitarismos social, la ausencia de un liderazgo fuerte es el
eje de los problemas en Venezuela.
Sobre Juan Guaidó podemos decir
que llegó a sumar un altísimo nivel de popularidad y de apoyos, aunque este se
desvaneció a sí mismo al no concretar su poder. Aquí podemos decir que su
figura fue como la de Jóvito Villalba, tuvo la oportunidad y no la definió, así
como un mal delantero frente al arco del equipo rival.
La fuerza de Guaidó está tan
disminuida que le salen contendores por doquier. Ya no solo es María Corina
Machado o Antonio Ledezma quienes dudan de su capacidad de conducción, sino que
Henrique Capriles también reaparece en el escenario.
Y, por su lado, Nicolás Maduro
mantiene una jefatura dentro del seno del Psuv. No obstante, fuera del partido
no posee liderazgo, ni genera respeto entre los venezolanos. Podríamos decir
que él está pasando a la historia como un presidente al estilo de Andueza Palacios,
Andrade, Julián Castro o José Gregorio Monagas, en lo que a liderazgo se
refiere.
Ahora, mientras no aparezca un
líder o caudillo nuevo, seguiremos en esta tragedia en la cual se convirtió la
política venezolana.
¡Para mí el guarapo dulce, el café
amargo y el chocolate espeso!
No hay comentarios:
Publicar un comentario