Cogito
ergo sum (Puerto La Cruz)-. La política siempre ha sido un juego. Sí, un
juego de astucia, inteligencia y poder. Es como un tablero de ajedrez, donde
muchos jugadores intervienen con distintos objetivos y perspectivas, pero
persiguiendo un único fin: Ganar.
Hoy
no hablaremos de la política desde su visión ideológica, ni desde las
concepciones dentro de la rama filosófica del pensamiento humano. ¡No!
Ni
mucho menos hablaremos de la tan esencial ética dentro de la política como bien
nos enseñó Santo Tomás Moro, sino que disertaremos de la otra política, aquella
que se mueve con sigilo y que pica con ponzoña.
Quisiera
hablarles sobre lo que los franceses llaman “Realpolitik”. Sí, de la capacidad
de los actores políticos de encumbrarse en el poder, de jugar un juego donde
solo los más intrépidos alcanzan el éxito.
Cuando
pasa el tiempo el juego, y las acciones dentro de él, junto con los jugadores,
pasan a ser parte de la historia. Por ejemplo la decisión de Simón Bolívar de
libertar a América fue una idea y/o proyecto motivado por una visión noble, no
obstante el llevarla a la práctica fue un proceso inspirado por mera política.
No
olvidemos que bien lo decía Carl von Clausewitz con su célebre frase de que «La
guerra es la continuación de la política por otros medios». Y así es, la guerra
es la hermana fea de la política y a veces hay que bailar con ella.
Simón
Bolívar, Aníbal, Napoleón Bonaparte, Julio César, Alejandro Magno, entre tantos
otros, les tocó danzar con la política de las armas, y su gloria quedó
imborrable en los anales de la historia del mundo.
Otros
solo juegan el juego de la manipulación, la intriga y la inteligencia entre los
pasillos del poder. Algunos como candidatos y otros ocultos entre las mismas
sombras que proyecta el poder que en ocasiones ellos mismo construyeron.
Permítanme
citar una frase de Games Of Thrones, dicha en la boca del personaje Tywin
Lannister: «Una corona no te da poder»... Y qué cierto es, ocupar una silla
presidencial, de gobernador o alcalde no significa que su ocupante tenga un
poder real y tangible.
En
muchas ocasiones el poder está en las manos de jugadores que no vemos, que no
oímos y que nunca sabremos todo sobre ellos. En esa misma saga de libros y
serie de Tv, ya citada, hay otra afirmación en medio de una conversación entre
Lord Varys y Lord Tyrion Lannister:
«Una
adivinanza mi señor; hay un rey, un hombre acaudalado y un sacerdote junto con
un soldado, cada uno de los tres primeros le piden al soldado que mate a los
otros... ¿Quién muere? ¿Quién vive?», Varys quedó mirando a Tyrion esperando
una respuesta, éste respondió: «El soldado, es quien tiene el acero, él
decide»... Varys contraatacó: «¿el soldado? Si no tiene una corona, ni dinero,
y menos el favor de los dioses». Tyrion se echó hacia atrás y agregó «ya no me
gustan las adivinanzas».
Varys
aprovechó la oportunidad para decir: «Mi señor, el poder es un truco, una
sombra en la pared... Y un hombre pequeño puede proyectar una sombra muy
grande»... Y así es, a veces quienes creemos que son poderosos son apenas
fichas en el tablero del verdadero jugador.
Algunos
creen que el juego de la política es como una práctica de sparring, pero se
equivocan en algún momento recibirán la respuesta del contrario. Tal vez no sea
enseguida, no reactiva, sino que prefieren acatar el viejo adagio de los
griegos: «la venganza es un plato que se come frío».
Ya
sea que adoptes la filosofía práctica del Arte de la Guerra, o prefieras la
menos dócil visión de El Príncipe de Maquiavelo, lo cierto es que si juegas el
juego estás entrando a un mundo donde solo puedes confiar en ti mismo y en tus
verdaderos aliados.
Y
sí, a pesar de todo lo dicho, en la política práctica se construyen alianzas,
tan duraderas como la vida misma. No hay cosa que una más a los seres humanos
que pasar hambre juntos y vivir una derrota juntos; también la sed de revancha
puede hermanar a más de uno.
Esta
es la verdadera política de hecho. ¿A
quién le toca mover?
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