“Human Rights Watch
(HRW) instó a Brasil a que no le dé la espalda a quienes huyen de Venezuela”,
así se leía en un conocido portal de noticias venezolano la información sobre
la posición de la organización de defensa de los Derechos Humanos.
Venezuela por muchos
años fue albergue, casa, puente y hospedaje de miles de colombianos, peruanos,
ecuatorianos, portugueses, españoles, italianos, árabes, chinos, trinitarios,
entre muchísimas nacionalidades más.
En nuestro país se
recibían con los brazos abiertos a todo el mundo. Aunque es moralmente correcto
admitir que sí llegó un punto que habían muchos colombianos, y no sólo eso sino
que izaban hasta la bandera en su país es los territorios “colonizados”
denominados Barrios Colombia, que creo que deben existir pocas ciudadanos
venezolanas donde no exista una comunidad con este nombre.
Y sí, a veces nos
molestamos un poco cuando los chinos del abasto hablaban entre ellos en
mandarín, voltean te veían y se rían. Sí, obviamente molesta. No obstante, para
el venezolano el emigrante era un venezolano más.
¿Cómo vivir sin el portu
de la panadería? Sin él el barrio no sería el barrio. ¿Cómo vivir sin el
italiano de la zapatería o el de restaurante? Ellos eran parte de nuestra
venezolanidad.
¿Quién iba a vendernos ropa
fiada si no era el árabe, que por cariño llamábamos “el turco”? Ellos eran
parte de nuestra Venezuela, de nuestra tierra de nuestra esencia como nación.
¿Cuántos venezolanos no
tienen vínculos con colombianos? Y aún hoy vemos en las calles de las grandes
ciudades a transeúntes que caminan como si nada llevando la camiseta amarilla
de la selección de Colombia. Y ni hablar de los bolivianos que se paraban con
sus flautas a entonar las melodías de su tierra, las cuales siempre aglutinaba
a decenas de personas a su alrededor.
Así éramos nosotros.
Bondadosos. Sin embargo los tiempos cambiaron, ya no son los bolivianos,
colombianos, peruanos o europeos que llegan a Venezuela, sino que somos los
venezolanos los que empacamos nuestras vidas en un par de maletas y nos
enrumbamos a otras tierras.
En muchas partes hemos
sido recibidos con cariño. Es innegable que la política de apertura hacia los
venezolanos aplicadas por Mauricio Macri en Argentina y de Sebastián Piñera en
Chile son importantísima, no obstante este no son todos los casos.
El primer ministro de
Trinidad y Tobago, Keith Rowley, dijo que “no seremos un país de refugiados” en
alusión a la cantidad de venezolanos que han optado a esa lista como destino.
Lo cual es injusto, porque en su momento muchos trinitarios llegaron a
Venezuela, muchos de los cuales se ubicaron en el estado Bolívar y allí
hicieron su vida.
El gobierno de Brasil
cerró la frontera con Venezuela, gracias a Dios que una corte carioca decidió a
favor de los Derechos Humanos, y ordenó que volviera a abrirse el paso entre
ambas naciones.
Lo cierto es que a pesar
de las buenas acciones de algunos, pareciera que los venezolanos estamos viendo
las espaldas de un continente que ve nuestro pueblo como invasores.
Y para ser justos, en
algunos casos sus miedos son justificados. Lo sucedido en Perú donde fue
capturado un grupo de delincuentes venezolanos, en verdad nos deja muy mal
parados a todos nosotros, y lo peor, afecta a ese hombre o mujer que emigra
para trabajar y forjarse un futuro mejor.
Ojalá que los tiempos cambien,
y que la diáspora nacional se detenga, y los aeropuertos pasen de epicentros de
despedidas a templos del reencuentro.
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