Opinión-. Venezuela se
encuentra en un punto medio. Estamos en epicentro histórico, en la bifurcación
de nuestro devenir como nación.
Si miramos atrás, vemos que lo
que fuimos alguna vez. Y es que no hace mucho tiempo los venezolanos tenían un
envidiable poder adquisitivo, los venezolanos viajábamos adentro y fuera del
país. Hacer una parrillada o un sancocho era cosa baladí, sencilla y hasta
normal en cada núcleo familiar.
Hasta las cervecitas eran pasables,
incluso para aquellas señores que detestaban que sus esposos le llegarán tarde
a casa, y más oliendo a perfume de dudosas profesionales de la noche.
Si nos podemos a pensar, estamos
cerquita de aquellos días cuando comer pabellón criollo era normal en cada mesa
y en cada hogar de venezolanos. Donde por cualquier pretexto se hacía una
fiesta y cualquier motivo era suficiente para que un compadre llamaba al otro
para celebrar cualquier acontecimiento.
Y fue, relativamente, hace poco
cuando los venezolanos sólo peleábamos por política en el marco de la campaña
electoral y después de conocer los resultados unos bebían para festejar y otros
para pasar el guayabo, pero lo cierto es
que todos los encontrábamos con un abrazo después de los comicios.
Parece como si fuera ayer cuando
la más fuerte rivalidad ni siquiera era la de los adecos y copeyanos, sino la
de los magallaneros y los caraquistas. Y, esta también, solo se extendía en la
duración de la temporada de pelota.
Sí, parece como si fuera ayer. Y
es que estamos cerquita de todo lo vivido cuando éramos felices y, tal vez, no
supimos valorar lo que teníamos en ese momento.
Igualmente, estamos cerca de
transformarnos en una sociedad de zombis y en un museo andante como se
convirtió la isla de Cuba.
Así como los cubanos viven en una eterna fotografía de los años 50, de
esa misma forma viviremos nosotros. Aunque ya hemos padecido por este, en las
calles aún existen vehículos de los 70 y 80, y muchos modelos de las viviendas
están estancados en unas cuantas décadas atrás.
Sin embargo, si seguimos por el
camino que vamos, Venezuela será un país de adioses eternos, de recuerdos y de
añoranzas de tiempos mejores.
No habrá comida, ni producida
aquí ni traída de otras latitudes. No tendremos carros nuevos, sino que
viviremos reparando, con retazos, las viejas carcachas que aún rodarán por vías
envejecidas.
La medicina será la del siglo XIX
o tal vez de más atrás. Los médicos le darán paso a chamanes y brujos, y los
fármacos a brebajes ancestrales. De esto, si no nos ponemos las pilas, también
estaremos cada día más cerca.
Estamos cerquita del ayer y del
futuro. Estamos a tan solo un paso de convertirnos en un despojo de lo que
pudimos haber sido, o a un paso de ser lo que siempre debimos ser como nación y
como sociedad.
La decisión la tenemos cerquita,
esa Venezuela mejor está en nuestras manos y delante de nuestros ojos, ¿arrugaremos?