Cogito ergo sum (Puerto
La Cruz)-. Son las
2pm, en el Seguro Social de Las Garzas un tropel de pacientes, familiares y
personal médico pulula por emergencias, cada quien imbuido en sus tragedias y
dolores.
En una de las pocas
camas que hay disponibles, una señora de unos 70 años limpia afanosamente el
cuerpo paralizado de su hijo de 45 años que por una subida de la tensión sufrió
daños en su capacidad motriz.
Entre sollozos
decía "que va hacer de mi hijo, él ahora así y yo tan vieja para
ayudarlo".
El hombre tenía el lado
izquierdo de su humanidad totalmente inerte, y su estado, incluso, le impedía
limpiarse así mismo luego de defecar.
¿La razón de su estado?
Simple, no consiguió por más de 20 días sus pastillas de la tensión, y el
resultado fue un ataque que lo inmovilizó.
Más allá, se observaba
un caso de desnutrición de un octogenario enflaquecido por culpa de la escasez
y el alto costo de la vida. La falta de una adecuada alimentación lo llevó a la
descompensación y al colapso.
En aquella misma sala,
otro paciente se encontraba vivo gracias al tratamiento que le enviaban sus
familiares desde Colombia, porque en sus actuales condiciones e ingresos ya se
hubiera muerto por la ausencia de medicamentos.
Y, aquellos héroes de
batas blancas, corren de un lado para otro. Se las ingenian para que los pocos
equipos, materiales e insumos puedan alcanzar para atender a la mayoría de
aquellos enfermos que luchan por sus vidas.
Las enfermeras van y
vienen, tratan de encontrar medicinas y aplicársela a los pacientes que las
necesitan con urgencia; allí todos están en un franco combate contra la muerte
y la negligencia.
A las 4pm, se escucha
una sirena a todo volumen, una enfermera apretándose el pecho dice "ojalá
que no sea un malandro, el que traigan allí". Lo cierto es que era un
funcionario que venía de un enfrentamiento con grupos delincuenciales.
Médicos, enfermeros y
personal en general se movilizaron. El herido destilaba sus fluidos empapando
la sábana que lo arropaba, mientras que los gritos de quienes lo auxiliaban se
perdían entre miradas de asombro de algunos y la indiferencia de aquellos
acostumbrados de ver la escena.
Caía la noche, un cúmulo
de familiares de los recluidos en el centro asistencial se amorrona en las
aceras y banquitos, o empiezan a deambular por las adyacencias del
estacionamiento como especies de almas en pena.
La tragedia se prolonga
por días en cada uno de los pasillos en el Seguro Social de las Garzas. La
escasez de insumo es el principal obstáculo para reponer la salud de aquellos
que tienen el "mal tino" y el "pésimo gusto" de enfermarse
en un país caótico y sumido en la ruina.
Venezuela es un país
enfermo, es una nación corroída por el cáncer de ineptitud de un Gobierno
central que no le interesa lo que está ocurriendo en los centros asistenciales,
que no le importa que miles de venezolanos se mueran por falta de medicinas o
equipos médicos.
Los médicos venezolanos
están muy bien capacitados, no solo para salvar vidas sino para generar
soluciones y trabajar bajo la presión constante de no disponer de las
herramientas necesarias para hacer el trabajo de atención a los enfermos.
Vivir una jornada en
cualquier centro asistencial en Venezuela nos permite sentir en carne propia lo
que viven y padecen médicos, enfermeros y pacientes. Lo que tienen que soportar
aquellos que tienen que luchar día a día contra la muerte y en un campo de
batalla favorable a ésta.
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