Cogito ergo sum (Puerto
La Cruz)-. Pasamos de
ser uno de los países más felices del mundo a convertirnos en una nación de
caras entristecidas.
Cuando caminamos por las
calles del centro de Puerto La Cruz o por el Bulevar 5 de Julio de Barcelona,
vemos cada vez menos personas alegres o en franca tertulia.
Observamos a personas
buscando medicinas, con el desespero que nacen de las urgencias médicas. Nos
encontramos con padres y madres de familia preocupados por la comida de ese
día.
Ni hablar de los útiles
escolares o de los gastos normales para la manutención de un bebé. Cada vez
somos más pobres y cada vez estamos más tristes.
Aquella Venezuela de
jolgorios se acabó. Aquella Venezuela donde le brindamos a cualquier
desconocido se consumió en estos 18 años de revolución.
Nos cambiaron de tal
forma, que ya dejamos de ser aquel pueblo feliz y despreocupado.
Ahora, vivimos en medio
de una eterna angustia por la comida, por la seguridad, por las medicinas. Por
todas las cosas que necesitamos y que no conseguimos por ninguna parte.
El legado de aquel que
me niego a mencionar es justamente ese, la construcción de un pueblo consumido
por los problemas y por la miseria.
Aquellos tiempos del
“ta’ barato dame dos” son simple recuerdos en el imaginario popular, es como un
cuento que se convierte en mito en la medida que van pasando los años.
Aquello que éramos el
país más rico del continente quedó en ese ayer. Simplemente éramos felices y no
lo sabíamos, y sí lo sabíamos pecamos de ingenuos al creerle a un encantador de
serpientes.
El país se encuentra
triste y en la medida que se acerquen las fechas navideñas, la melancolía será
cada vez mayor.
¿Qué puede sentir un
padre que no puede darle el Niño Jesús a su hijo? ¿Qué puede sentir una madre
que no puede abrazar a su hijo que se fue del país en busca de un mejor futuro?
¿Qué puede sentir los venezolanos que no pueden pintar su casa o preparar la
mesa navideña como en los años anteriores?
Solo pueden sentir
tristeza de ver cómo han aniquilado a Venezuela.
Diciembre era el momento
más esperado por las familias venezolanas, en estos días era tradicional el pan
de jamón, el cual posee un precio por las nubes. Era normal ver como se
compraban los perniles y como toda la familia se reunía para hacer las
deliciosas hallacas.
Era un país que en algún
momento perdimos, y que espero que en la vuelta de la esquina podamos recuperar
para el beneficio de todo nosotros, los que amamos la nación.
Tenemos la obligación de
luchar para volver a ser aquella nación de chiste y de algarabía que siempre
fuimos.
Como venezolano me niego
a ceder, me rehúso a ser parte de un engaño que llaman socialismo.
Es hora de dar un paso
adelante, es la hora de desempolvarnos los pies y ponernos en movimiento. Y,
ante esto los invito en estas líneas a votar este 10 de diciembre.
Y ¿por qué votar? Porque
es el arma de los civiles y los demócratas, porque es la vía de construir desde
los cimientos de la nación la Venezuela de alegría que nos arrebataron.
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