Cogito ergo sum (Puerto
La Cruz)-. 3:40 am.
Como estaba previsto la alarma del teléfono empezó a sonar, con ese timbre desproporcionado
en relación al tamaño del aparato que lo genera.
De un salto,
arrebatándose de encima las sábanas, se puso de pie. Aún soñoliento tanteó por
la mesa de noche en búsqueda del generador de tan espantoso ruido.
Y lo encontró. Con los párpados
aún pegados entre sí detuvo el
espeluznante resonar de la alarma y haciendo un esfuerzo sobrehumano, en medio
de las penumbras del cuarto, verificó si su esposa aún dormía.
Pero, ella como siempre
ya estaba erguida tratando de alisar a duras penas los vestigios de la cama
deshecha.
Mientras él se
cepillaba, afeitaba y alistaba para ir a trabajar, ella fue a verificar que su
niña aún dominaba, el sueño de los inocentes, en su cuna prestada.
Luego de vestido, el
hombre pasó por la cocina, donde su esposa había podido hacerle una arepa con
mantequilla, porque el poco queso que le quedaba lo iban a dejar para que
desayunarán sus otros hijos que seguían en sus respectivas camas.
El hombre dándole un
beso a su esposa, de esos que saben a rutina y que están huérfanos de la pasión
de años idos. Tomó una mochila y fue rumbo al trabajo.
4:40am. Ya en la parada,
con un cielo aún ennegrecido, esperaba el autobús. Sus brazos cruzados, como
abrazándose a sí mismo, intentaban en vano protegerle de aquel hilo de brisa gélida,
que en ocasiones sopla en aquellas horas de madrugada.
Se montó en el
transporte público, que a esas horas aún lucía vacío y con la orfandad típica
de esos instantes del día.
Ya a las 5:40am, luego
de tomar dos colectivos llegó a su puesto de trabajo.
Buscó el café y la
cafetera para prepararse aquella infusión que atrae a tantos, enamora a otros,
y que vitaliza a más de uno, pero el envase estaba vacío.
Se frotó la cara como
dándose fuerzas, y tal vez para terminar de despertarse. Debido a la falta de
café tuvo que precipitarse al cuarto de baño a ahogarse en un chorro de agua
para tratar de espantar el sueño que aún se resistía a abandonar su cuerpo y
darle espacio a sus ánimos perdidos desde el día anterior.
La faena transcurrió como
siempre. Y a la hora del mediodía, tuvo que contentarse con dos o tres vasos de
agua, eso sí bien fría, para engañar al estómago que exigía su ración de
alimentos de entre 12 y 1 de la tarde.
Pasaron y pasaron los
segundos, los minutos y las horas. Y el reloj volvió a sonar: La jornada había concluido.
Y otra vez para la casa;
luego de emprender la guerra diaria en el transporte público, esa que inicia a las
5pm y termina como a las 6pm, llegó a su hogar.
En silencio, cabizbajo, abrió
las puertas de su nevera.
La luz del refrigerador
iluminó la nada. Sólo una jarra de agua fría le picaba un ojo, pero el gruñir
de sus entrañas se intensificaba a cada instante.
Volteó y vio a su mujer.
Ésta le dijo: “lo que había se lo di a los niños”.
Él sonrió, la miró
fijamente y mintió: “no te preocupes mi amor, ya había comido algo antes de
venir”
Y así transcurren los
días en una Venezuela vacía por culpa de aquellos que desangraron a nuestra
amada nación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario