Cogito ergo sum (Puerto
La Cruz)-. Eran como
las 10 de la mañana, venía en un autobús de la ruta San Diego-Puerto La Cruz y,
por cuestiones del azar del destino, escuché la conversación de un par de
adolescentes que no superaban los 15 años de edad.
Aunque hubiese esperado
un diálogo más banal me sorprendió la profunda preocupación social de los aún menores de edad.
Ambos, un joven y una
muchacha, disertaban sobre la realidad económica de Venezuela.
Intercambiaban
impresiones y se contaban lo duro de la situación y como sus respectivas familias
enfrentan la escasez y el alto costo de la vida.
Uno le decía al otro:
“Esto no se aguanta. Mamá hace milagros con la comida”.
La muchacha respondía:
“Ya ni siquiera un perro caliente se puede comprar uno en la calle. Todo está
carísimo”.
Y así transcurrió el
recorrido. Los dos señalaban al gobierno como el responsable de la crisis y
coincidían en “si pudiera votar, votarían para sacarlos a todos”.
Mostraban su
preocupación por la comida y hasta exteriorizaron por su angustia por no
conseguir medicamentos para algún familiar enfermo.
Este tipo de diálogo era
impensable en mi adolescencia. En aquellos días los jovenzuelos tenían
conversaciones triviales.
Y no por desconocimiento
de la realidad social del país, sino porque no existía una crisis de las
proporciones actuales.
Los jóvenes de nuestro
tiempo no hablan de escasez de comida porque en cualquier bodega usted
conseguía de todo. No se hablaba de la desaparición de los medicamentos porque
en cualquier farmacia o botica usted encontraba lo que buscaba.
En esos días de la
década de los 90 y el principio del 2000 cuando viví mi niñez y adolescencia,
los muchachos de la época pasamos de jugar pichas (y luego tazos) en el patio de las escuelas a preocuparnos
por los temas normales de la pre-adolescencia.
En esa época, cuando
estudiaba en primaria, con un billete de Bs. 20 con el resto del General José
Antonio Páez y uno de Bs. 10 con la faz de los generales Antonio José de Sucre
y Simón Bolívar impresos, iba a la cantina y desayunaba muy bien y hasta vuelto
daban.
Hoy la situación es
otra. Los jóvenes no se preocupan por sus estudios, por la muchacha que les
gusta, por la fiesta de fulano, ni siquiera por conseguir un trabajito en la
tarde para ahorrar y comprarse algo de su agrado. Hoy, los jóvenes se preocupan
por comida, por medicinas, hasta por la inseguridad.
Muchos jóvenes, desde la
misma adolescencia, ya están pensando en irse del país porque saben que la
crisis venezolana les impedirá desarrollarse como hombres y mujeres plenos.
Este es el legado que
nos han dejado 18 años de crisis y mal manejo de la nación. Este es el producto
de una visión equivocada de la política e incluso de la vida misma.
La juventud venezolana
prefiere la ruta hacia Maiquetía. Los jóvenes venezolanos están desilusionados
y desesperanzados, lo que ha ocasionado que un grueso de la muchachada más
preparada esté en el exterior o esté pensando en marcharse a otros horizontes.
¡Cómo ha cambiado todo!
¡Cómo destruyeron al país! Volvieron añicos la Venezuela donde pase mi niñez.