Cogito ergo sum (Puerto
La Cruz)-. Venezuela es un país vilmente engañado por los
inquilinos de Miraflores.
Al pueblo venezolano le
prometieron una sociedad nueva, con un hombre nuevo y el “mayor grado de
felicidad posible”.
La justicia y el carácter
social de la misma eran prometidos como el fin último de un modelo que llegó y
que creó expectativas de cambio e igualdad.
A casi 18 años del
régimen socialista, que inició su proceso mintiéndole a los venezolanos y no
presentándose como tal a los electores de 1998, ha sembrado a Venezuela de mayor
desigualdad social y de menos libertad de su historia.
Para algunos entendidos
la libertad está reñida con la igualdad; porque para garantizar la igualdad
entre los integrantes de una sociedad se debe conculcar libertades, y la
libertad absoluta y plena a la larga producirá desigualdades entre los miembros
de una nación.
Durante 18 años de
socialismo del siglo XXI confirmamos que este modelo no sólo rompió con este
esquema, sino que creó otro aún más perverso.
Con Hugo Chávez primero
y con Nicolás Maduro después, las libertades individuales fueron violentadas y
proscritas, las expropiaciones, los arrestos sumarios, las acciones colectivista
destruyeron los últimos vestigios de libertad en el país. Y no sólo ello, sino
que durante este mismo ínterin los socialistas del siglo XXI aniquilaron la
igualdad.
Sí, los paladines de la
igualdad entre el pueblo, fabricaron toneladas de pobres, mientras un selecto
grupo político y económico que se agolpó en las inmediaciones del poder se
enriquecieron y engordaron en la misma medida que ingestas cantidades de
venezolanos se enflaquecían.
Es decir, el modelo
practicado por Hugo Chávez y Nicolás Maduro es aún peor que el liberalismo y
sus desigualdades, y el socialismo con su cercenamiento de libertades.
Porque el sistema implementado en Venezuela aniquiló las libertades
y siguió, aún más violentamente, generando desigualdades públicas y
extremadamente notorias.
Ante semejante realidad
política y social en el país, después de la catástrofe de estas casi dos
décadas, los venezolanos tenemos que transitar por los caminos de la
solidaridad social, aquella que se genera desde el individuo y con enormes dosis
de compresión y de responsabilidad con el entorno.
Porque, como ciudadanos
tenemos responsabilidades, derechos e
intereses que nacen del uno, pero que este “uno” no se aísla o aparta del “todo”.
Con solidaridad podemos reconstruir
el país que recibiremos después de la vorágine roja. Con solidaridad y trabajo,
como una mano lavando a la otra, podremos edificar una nueva realidad en
Venezuela.
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