Cogito ergo sum (Puerto
La Cruz)-. Eran
las 5:14am de aquella mañana de lunes. Aún sin desayunar, apurada y con
notorias ojeras que dominaban su faz, la señora Cándida, con sus 70 años encima,
enciende su carro para ir en busca de su pastilla para la hipertensión.
Desde hace más de una
semana que la última reserva de píldoras contra la tensión, compradas tres
meses atrás, se le agotó. Su estado médico no es el más recomendable y su
tensión es emotiva, por lo cual cualquier alegría, rabia o tristeza puede
detonarle un alza perjudicial de sus indicadores.
Con angustia tomó las
llaves de su carro y salió, cual Odiseo, a zanquear por toda la ciudad sus
medicamentos. De paso, en su cartera lleva, por si acaso se le olvida, los
nombres de los medicamentos de su esposo y de su hermana, el primero sufre del
corazón y la segunda de diabetes.
Comienza su recorrido. En
la primera farmacia el expendedor le contesta “lo sentimos, no hay”. Se monta
en su vehículo y continúa unas cuadras más para recibir una respuesta parecida “que
va, eso se agotó hace tiempo”.
No se da por vencida, ¿y
cómo darse si su vida y la de sus seres queridos penden de un hilo?, Sigue su
trayecto hasta llegar a otro local farmacéutico y la tristeza la invade: “señora,
si hubiera llegado 15 minutos antes lo compra, pero acabo de vender lo que
tenía”.
Cabizbaja vuelve a
sentarse detrás del volante y prosigue en su búsqueda. En una botiquería se
apea con rapidez y vuelve a recibir la respuesta de siempre “no hay”.
Decide acudir a los
llamados CDI, porque según le dicen ellos a veces tienen medicamentos “cubanos
y medio chimbos”, pero que igual resuelve. Y allá igualmente es recibida con un
“se agotó y no sabemos cuándo nos llega”.
Cándida, respira profundamente
como evitando caer en una depresión y explotar en llanto. Ahora con paso lento,
totalmente desanimada, regresa a su vehículo.
Se queda un rato con los
ojos cerrados y sus manos empuñando con fuerza el volante. Y piensa “y ahora
qué hago” “para dónde voy” “qué debo hacer”.
Toma su celular y le
marca a su médico. El doctor le contesta como al cuarto repique.
-Doctor: Buenas tardes,
en qué le puedo servir.
-Cándida: Dr. Fernández,
le habla la señora Cándida Valenzuela. Mire las pastillas de la tensión no las
encuentro por ningún lado, será que me receta otra.
-Doctor: Mi señora,
todos mis pacientes me llaman por lo mismo. Aquí no hay medicamentos para nada,
pero no se preocupe ya le escribo una lista con medicinas afines para ver cuál
consigue.
Al cabo de unos minutos
recibió en su teléfono una lista de no menos de 10 nombres de remedios
diferentes para “ver con cual la pega” y así Cándida sigue su búsqueda.
Ya las horas de la tarde
van llegando a su fin, lo único que ha conseguido en toda la tarde es un dolor
de cabeza. En todo el día apenas probó bocado, tan solo un cachito y un café
que le costó lo que en su tiempo era una cena en un restaurant de lujo.
Derrotada, nerviosa y
angustiada Cándida estaciona su carro en el garaje de su hogar. Ya con las
lágrimas escapándose de sus ojos abre la puerta y se sienta en los muebles de
la sala.
En su mente sólo retumba
una frase: “Señora, no hay”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario