Por José Dionisio Solórzano
Cogito ergo sum-. Será que los venezolanos, por fin, aprenderemos
la lección. Nosotros no podemos seguir siendo los mismos «tipos chéveres» de
otros tiempos. Pues, hemos visto como los demás nos pagan por nuestra amabilidad.
Los venezolanos, por décadas,
fuimos el destino que abrigó a extranjeros de toda índole. Les abrimos las
puertas a latinoamericanos que huían de persecuciones políticas, de guerras
internas y de crisis económicas agobiantes, aquí crecieron profesional, técnica
y humanamente familias provenientes del Perú, Ecuador, Argentina, y ni hablar
de quienes vinieron de Colombia y de Trinidad y Tobago.
Venezuela
fue una tierra abierta a los extranjeros, aquí el portugués era el dueño de la
panadería, el italiano era el sastre o tenía su zapatería, aquí los «turcos»
eran quienes vendían desde muebles hasta quincallerías. Éramos una metrópolis
de razas bien recibidas y bien atendidas.
Ahora,
cuando somos los venezolanos a quienes nos ha tocado emigrar a otras latitudes,
nos tratan como leprosos que nadie quiere.
El gobierno
del Perú, desde el Palacio de Pizarro, moviliza su ejército a su frontera norte para evitar que los
venezolanos pasen, y aunque están en su soberano derecho a regular la
inmigración ilegal, también es perentorio
recordar que ellos aquí entraban como
«Pedro por su casa».
Y más allá
de esto, lo que genera más indignación es como en el extranjero está abusando
de nuestras compatriotas; leemos constantemente noticias que en Trinidad y
Tobago secuestran, maltratan, violan y
hasta asesinan a nuestras venezolanas, y más recientemente el mundo se quedó
estupefacto ante la terrible violación que sufrió una venezolana de apenas 18
años de edad en Argentina.
Lo que
provoca más indignación es que los jueces argentinos dejaron libres a esa
bestia que violó a la venezolana y lo vuelven a encarcelar por la presión
interna que se articuló; lo que genera más rabia es que para los tribunales argentinos
nuestra hermana venezolana no tiene derechos, como si no fuera un ser humano.
¡Qué arrech…!
En
conclusión, los venezolanos debemos aprender del cómo nos tratan cuando
emigramos, y debemos reconocer a quienes son realmente solidarios con los
venezolanos y quienes no; por ejemplo, en España, la fraternidad hacia nuestros
hermanos ha sido notoria, sincera y decidida, en cambio, en muchos otros
países, sobre todo de América Latina, la xenofobia ha sido cruel y desalmada.
Debemos
aprender la lección que vida nos está dando; debemos aprender a reconocer donde
están nuestros amigos y donde nuestros enemigos. Nunca podemos olvidar el trato
que desde Trinidad y Tobago le han propinado a nuestros hermanos, jamás podemos
permitir un «borrón y cuenta nueva» con respecto a Guyana y su deseo desmedido
de robarnos el Esequibo.
Tal vez mis
palabras suenen agrias, tal vez incomoden a espíritus cándidos que no
comprenden la dimensión de nuestra tragedia; sin embargo permítanme recordarles
un pasaje de la Biblia, uno de los 10 mandamientos que dice: «Ama a tu prójimo
como a ti mismo», es decir, Dios mismo nos manda a amar a otros como «a
nosotros mismos» no «sobre nosotros mismos». Tenemos que querernos primero
nosotros como pueblo, como nación, para así querer a los demás.
No se trata
de poner «la otra mejilla», pues ya las hemos puesto todas.
¡Para mí el
guarapo dulce, el café amargo y el chocolate espeso!
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