Cuando estudiamos el
pasado y el presente, cuando analizamos bien los actores de la política
nacional de ayer y de hoy, podemos llegar a una conclusión: hemos vivido una
batalla continuada.
Sí, los venezolanos nos
hemos hundido en una refriega incesante por más de 200 años. Una batalla
permanente entre hermanos y que, por breves instantes, ha permanecido bajo
perfil en una tregua no decretada por la sociedad.
Desde los tiempos del
sistema colonial, con sus revanchismos y disputadas, con sus rígidos modelos de
interacción social, hasta la actualidad se ha dibujado dos tipos de rivales
sociales y políticos que se han debatido el poder.
Con la llegada de la
Guerra de Independencia explotó en Venezuela un estado bélico de mayor carácter
nacional que internacional, el perfil del enfrentamiento fue entre dos
Venezuela separadas social y políticamente.
Quienes levantaron las
ideas de la independencia, no fueron los venezolanos más pobres o marginados
por el yugo español, sino por el contrario fueron aquellos blancos criollos,
dueños de haciendas de cacao y del poder económico.
Los apellidos de los
alzados en contra de la corona de España eran aquellos que vivían en grandes
casonas y paseaban en el lomo de sus caballos por gigantescas planicies de su
propiedad.
En cambio, muchos de los
seguidores de la causa del rey eran venezolanos de bajísimos recursos, e
inclusive muchos de los jerarcas de las tropas realistas eran españoles y
canarios de baja ralea que desempeñaban los oficios más populares y cercanos al
pueblo.
Así la casta pudiente
venezolana gritaba libertad, mientras el pobre en su choza aún clamaba por los
derechos de Fernando VII. Los llaneros, antes de seguir a José Antonio Páez,
marchaban detrás de los comandantes realistas José Tomás Boves, Francisco Tomás
Morales y de Yáñez, Rosete o Calzada.
Fue Páez, a raíz de la
muerte de Boves, quien logró darle carácter popular a la Guerra de
Independencia. Porque en los primeros años fue una batalla entre ricos y
pobres, los primeros querían libertad y los segundos venganza.
El festín de sangre
desatado por Boves y su gente, será la misma que más adelante protagonizará
otro pulpero: Ezequiel Zamora. El caudillo liberal no levantará las banderas de
Bolívar, Sucre o Anzoátegui, sino que harán suya las mismas proclamas
vengadoras de las hordas de la "bovera".
La Guerra Federal fue
una continuidad de la Guerra de Independencia, la cual se extenderá con
revueltas, golpes de estado y revoluciones por todo el siglo XIX y parte del
XX. Y, salvo la época del régimen de Juan Vicente Gómez, los dos partidos o
grupos históricos, con distintas denominaciones, se enfrentarán hasta el final.
Hoy, aquellas
devastadoras legiones de hampones sanguinarios de Boves y de Zamora, reaparecen
bajo el nombre de Revolución.
Los mismos instintos de
venganza y destrucción que les dieron personalidad cruel y despiadada a
las tropas realistas primero y federales después, son las mismas que han
movido a Hugo Chávez y Nicolás Maduro.
Nada ha cambiado en
todos estos años. Y, así como las hordas de Boves, muerto el Urogallo, se
fueron detrás del siguiente hombre a caballo, y sin mucho pensarlo se pasaron
de bando, así ha acontecido a lo largo de la historia nacional.
Pedro Camejo, el gran
"Negro Primero", estuvo bajo las órdenes de "Ñaña" Yáñez,
defendiendo los colores de España, para después ser héroe de la causa independentista.
De esa misma forma, los conservadores venezolanos se "vistieron de
amarillo para que no los reconocieran".
Así los detractores de
AD se volvieron adecos, y los adecos chavistas. Y, en este momento, más de un
antiguo "patria o muerte" se hace el desentendido cuando lo llaman
"camarada".
Venezuela fue y sigue
siendo un campo de batalla, una lucha permanente entre dos grupos
sociales y políticos que parecieran nunca reconciliarse y que se batirán en
todos los escenarios mientras exista nación.
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