Cogito ergo sum (Puerto
La Cruz)-. Cuando
observamos como el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) actúa siguiendo los
lineamientos políticos de Miraflores y como se transforma en una oficina de
abogados que le presta servicios particulares al Psuv, es menester recordar un
poco la historia de la justicia en tiempos de socialismo.
El hombre del terror francés |
Aunque los ejemplos de
abusos legales abundan en la II República Española, de 1931 al 1939, en los
tiempos de la instauración del poder revolucionario en la Cuba fidelista (con
fusilamientos indiscriminados), o en la era de Salvador Allende en Chile, en
esta ocasión quisiera centrarme en la génesis de la violencia socialista
inspirada en los jacobinos franceses.
Maximilien Robespierre,
el emblemático señor del “terror” en los tiempos del Directorio de Salud
Pública, estaba convencido que la justicia se instauraba a través de la fuerza
y que la búsqueda de la “Verdad” se conseguía
mediante la opresión.
El “genio del terror”
decía que: “¿Qué queréis vosotros, a quienes os gustaría que la verdad fuese
impotente en los labios de los representantes del pueblo francés? La verdad
indudablemente tiene su poder, su cólera, su propio despotismo; posee acentos
conmovedores y terribles, que resuenan con fuerza en los corazones puros tanto
como en las conciencias culpables, y que la falsedad no puede imitar más de lo
que Salomé puede imitar los rayos del cielo; pero acusad a la naturaleza,
acusad a la gente, que quiere y ama la verdad”.
Para él la “Verdad”, esa
que aparece en las consciencia nebulosas de los revolucionarios, se encuentra a
través de la agresión y que es naturaleza humana el uso de la fuerza para la
obtención de esta “Verdad”.
No obstante, él no era
el único que sostenía que la violencia era la vía expedita para lograr los
objetivos revolucionarios. Saint-Just escribió: "Lo que produce el bien
general es siempre terrible".
La guillotina de la revolución francesa |
En los tribunales
revolucionarios se acusaba y se sentenciaba con una rapidez sumarial, el
trabajo de la guillotina era incesante y tenebrosamente eficaz. Las leyes no
eran tales sino una serie de reglamentos incumplibles que sólo existía para
satisfacer lo que Walter Benjamin ha llamado la "violencia fundadora del
Estado".
Y para justificar la
barbarie de las acciones seudo-legales los voceros de la revolución, como el
mismo Robespierre, manifestaban la necesidad de las medidas sangrientas que
materializaban. En el juicio contra el Rey Luis XVI, el hombre del “Terror”,
dijo las siguientes palabras:
"Los pueblos no
juzgan de la misma manera que los tribunales de justicia; ellos no pronuncian
sentencias, sino que lanzan rayos; ellos no condenan a los reyes, sino que los
dejan caer en el vacío; y esta justicia es tan válida como la de los tribunales".
Esta inclinaciones de la
izquierda, desde los tiempos de los jacobinos, de utilizar la violencia como
medio e inclusive como fin, será reivindicado por el mismísimo Karl Marx en la
elaboración de su “socialismo científico” cuando, al interpretar a Friedrich Engels
, aseveró que:
"La dialéctica
materialista asume, sin ninguna alegría particular, que hasta ahora ningún
sujeto político ha sido capaz de llegar a la eternidad de la verdad en su
despliegue sin momentos de terror”.
Lo cierto, apreciado
lectores, es que desde tiempo inmemorables la izquierda ha usado y abusado de
las leyes para instaurar el terror. La anarquía como partera y la destrucción
como finalidad, por ende, no debe extrañarnos que hoy se utilice en Venezuela
al TSJ como instrumento de un terror más refinado aunque igual de lascivo e
impuro.
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