Cogito ergo sum-.
“Hijo, ve a comprar un paquete de
pasta en la bodega”, decía aquella madre en la puerta de su casa, pegando
alaridos para lograr la atención de su muchacho que se encontraban jugando
metras en un terreno cercano.
Aquel jovenzuelo, aún de
pantaloncitos cortos, salía como “alma de lleva el diablo” para encontrarse con
su “viejecita” y hacerle el mandado.
O tal vez era cuando el
padre, en una tarde sabatina, pegado a la mesa de dominó y en medio de las
risotadas de sus compadres llamaba “Mijo, ¿Dónde se metió en carricito éste?…
Éjele, mijo venga para acá. Se me va ahoritica mismo para la bodega y me trae
una cajita de fósforo para prender la candela para el sancocho”.
En aquellos días, cuando
éramos felices y no lo sabíamos, la bodega era un centro de acopio vecinal
donde se encontraba de todo un poquito, “como en botica pues”.
Allí, en esas bodegas,
los muchachos se gastaban los pocos bolívares que conseguían barriendo frentes,
limpiando carros o haciendo “mandaos”.
Eran “salvadoras de
vida” para las amas de casa que le hacía falta algún ingrediente para completar
la receta que estaba haciendo para la comida de los “muchachos”.
Inclusive, más de uno
pudo comprar material escolar para hacer la maqueta del colegio que le
asignaron hace dos meses atrás y que iba a hacer apenas 10 horas antes de
presentársela a la maestra.
Esas bodegas de pueblo,
de barrio o de las periferias de las urbanizaciones fueron pequeñas iniciativas
comerciales de emprendedores que por las ventanas de su negocio despachaban
productos para ganarse la vida y progresar en el trayecto.
Las bodegas fueron
expresiones del afán de trabajo de los venezolanos, parte de nuestra cultura y
de la forma afable que teníamos para vivir.
Hoy son simples despojos
de lo que alguna vez fueron. Hoy las estanterías de las bodegas se encuentran
vacías, y los sueños de los comerciantes rotos y el barrio donde está enclavado
con muchos más problemas que hace 16 años atrás.
Hoy las bodeguitas que
hacían a sus dueños emprendedores, y pequeños propietarios sucumbieron ante el
avance destructor de un socialismo que siempre aniquila los sueños de progreso
y desarrollo de todo aquel que piensa que con su esfuerzo puede vivir mejor y
darle a sus hijos lo que tal vez él no pudo tener.
En este momento los
muchachos siguen saliendo para la bodega, pero no traen de regreso nada entre
sus manos.
Aquellos días de beber
refresco frío con dulces en la bodega pasaron, se fueron con las ilusiones de
un pueblo que confió en una revolución que revolucionó la vida de todos para
mal.
La desaparición de las
bodeguitas de pueblo trae consigo la mejor demostración que dentro del
socialismo la destrucción de las esperanzas es sistemática y efectiva,
seguramente lo único realmente efectivo en este pensamiento político.
Pero la nostalgia no
vale para nada. Arrepentirnos tampoco. Es el momento de avanzar y de cambiar.
Este seis de diciembre
todos los venezolanos tenemos la oportunidad de reinventarnos, de evolucionar
dejando atrás esta realidad madurista que día a día nos sumerge en el lodazal
de la miseria.
El cambio se logra
votando.
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