Era aún muy niño, sin embargo me emocioné cuando escuché la fanfarria de Venevisión y más cuando anunciaron que el Dr. Rafael Caldera había ganado la Presidencia de la República.
Durante meses – bajo mi inocencia de niño y prematuro vociferante de la política – había apoyado al candidato de Convergencia, el candidato por el que mi papá había votado.
Me acuerdo que acompañé a mi viejo a una especie de celebración en la cuadra; muchos “calderistas” estaban eufóricos por el triunfo del connotado dirigente de la democracia cristiana venezolana.
Los pitos de los vehículos sonaban estridentemente; abrazos, alegría y mucha esperanza se respiraba en el ambiente.
Todo ese clamor se veía reflejado en los rostros de miles de venezolanos que querían que unas manos impolutas como las del Dr. Caldera tomarán las riendas de la República.
Allí estaba yo con una bandera tricolor, amarillo, verde y rojo, diciendo: ¡Caldera! ¡Caldera!
Desde siempre en mi casa se oía hablar con admiración sobre el expresidente y líder de Copei; hasta mi mamá – una adeca fiel de Carlos Andrés Pérez – no podía negar la entereza moral y el nivel intelectual del demócrata cristiano.
La admiración por Caldera no solo era compartida entre mi papá y yo, sino que se respiraba en aquellos días de 1993 por la inmensa mayoría de los venezolanos – tanto por aquellos que lo votaron como por los que no –.
Con el paso del tiempo me fui interesando más por la política y por la historia, convirtiéndose el Dr. Rafael Caldera en uno de mis personajes históricos favoritos – junto con Simón Bolívar, José Antonio Páez y Marcos Pérez Jiménez –, y esta predilección llegó a tal punto que siempre se identificaba como “calderista”, a pesar que hoy en día creo que los “ismos” e “istas” no son buen síntoma.
Luego milité en la JRC copeyana y estando allí muchas veces pregonaba que era “un calderista en pensamiento y un herrerista en la acción” en alusión a Caldera y a Luis Herrera Campins.
Hoy reafirmo mi respeto, admiración y empatía con los dos lideres de la democracia cristiana; sobre todo por el Dr. Rafael Caldera quien dejó una vida de éxitos, una estela de sabiduría y una cátedra de alta política, de esas que parecen perdidas en el tiempo.
Y al cumplirse 30 años de la fundación del partido Convergencia, el segundo hijo político del Dr. Caldera, y partido hermano de Copei, quiero felicitarlos y recordarles que ahora más que nunca debe movernos la solidaridad y el bien común.
Hoy levanto la bandera tricolor de Convergencia, como lo hice en aquella noche de 1993, y lo hago para festejar con quienes hoy llevan el testigo, junto a los copeyanos, del legado de ese gran hombre como lo fue Caldera.
¡Para mí el guarapo dulce, el café amargo y el chocolate espeso!